Era cosa sabida y archisabida que la central de Andorra y las minas de la cuenca bajoaragonesa estaban a punto de echar el cierre. Endesa ha sido (por comparación con otras eléctricas como Iberdrola) la más renuente a entender la lógica imparable de las renovables. Pero invertir en una central obsoleta y altamente contaminante, donde más cara sale la producción de cada kilovatio, no iba a entrar en sus planes. Por la simple razón de que estas grandes compañías van a lo que van, y pueden cometer errores pero intentan no perder dinero.

En realidad, llevamos veinte años dándole vueltas a la desaparición del carbón. En las comarcas afectadas y aledaños se han invertido cientos de millones de euros (desde los programas de reindustrialización de las cuencas hasta el plan Miner, pasando por el Fondo de Inversiones de Teruel). ¿Invertido? En muchos casos, despilfarrado o enterrado en proyectos absurdos. Y conste que ese yerro sistemático no se les puede achacar solo a los políticos, porque las élites económicas y la sociedad en su conjunto han desfilado una y otra vez detrás de todos los embustes, triunfalismos y cachondeos habidos. Es más, quienes han advertido de lo que venía y han descrito cada situación con un mínimo de rigor han sido motejados de cenizos, saboteadores e incluso traidores a la autoestima aragonesa.

El cierre de la central de Andorra no es sino una muestra más de cuan cruda aparece la realidad cuando se impone por encima de la política de escaparate, los triunfalismos y los cuentos de la lechera. Por supuesto, desde este jueves los llantos y el crujir de dientes han proliferado, en una de las reacciones más hipócritas que se recuerdan. Escuchar al presidente Lambán pasándole la patata caliente al Gobierno central y reclamando a Endesa un poco de generosidad, solo quedaba superado (como espectáculo) por los ayes de la oposición de derechas, sobre todo el PAR, que tanta mano (y tanta pata) ha metido en los proyectos destinados a Teruel y su provincia.

Hasta aquí hemos llegado. Hubiese estado muy bien que alguien saliese a la palestra a sugerir calma y reconocer los errores del pasado. Pero en todo caso es necesario estudiar alternativas a ese cierre inminente, que se prolongará durante cuatro años con el desmantelamiento de la enorme instalación. Llega el momento de sentarse en serio a buscar salidas elaboradas con los auténticos datos en la mano, con un cuidadoso análisis de las circunstancias y necesidades de Andorra (por cierto, la localidad aragonesa que declara la mayor renta per cápita) y su comarca, y con una participación activa de todos los agentes políticos, sociales y económicos. Acabemos con los pseudoempresarios visionarios, con los proyectos que solo sirven para darles titulares a los medios (pero son de cartón piedra) y con las acciones insostenibles. Es hora de poner sobre la mesa la creatividad, la formación, la toma de decisiones compartida y el trabajo constante a medio y largo plazo. No será fácil pero tampoco imposible. Por supuesto, habrá que pelear como gatos panza arriba para que la Administración central y Endesa pongan su parte en esfuerzo y en dinero.

La semana acabó con una noticia positiva, un ejemplo de que, haciendo las cosas con un poco de sentido común, se puede llegar a alguna parte. Ya tenemos sobre la mesa un acuerdo para afrontar con garantías el problema cíclico de las riadas del Ebro. Cuidando el río, ampliando la zona inundable, protegiendo los pueblos. Eureka, dijo el sabio.