Hay en la presencia, en el perfil de Iñigo Urkullu, lendakari del País Vasco, algo profundamente irrelevante, impostado, como ya lo hubo o así, al menos, lo percibimos en sus antecesores, Ibarretxe o Ardanza. Puede que fuese, que sea esa especie de estiramiento o tendencia de los líderes vascos a sacar pecho, ese envaramiento institucional y airecillo de hombres de Estado con que Urkullu y, dentro de nada, por parte catalana, un poco más de lo mismo con el president Torra comparecerán en La Moncloa para pasar el cepillo, recordar que se les debe algún favor, o para ambas cosas.

Viene siendo, por desgracia, tradición en la España de la Transición que el nuevo presidente del Gobierno, ya sea del PP o del PSOE, se reúna de inmediato en el plano internacional con las potencias vecinas, Marruecos y Francia, y de puertas para adentro con los vecinos potenciales, País Vasco y Cataluña, quedando para más adelante, para mejor momento la cita con las autonomías leales, como Aragón, aquellas que no dan el menor mal, ningún problema, ni cuentan con votos en el Congreso capaces de descabalgar a un presidente.

Por culpa de esa inveterada costumbre, la Constitución se incumple. Un aragonés, un asturiano, un riojano no tienen las mismas oportunidades que ese catalán o ese vasco que constantemente recibe nuevas partidas y poderes de las arcas y ministerios del Estado. Se encuentra en inferioridad de condiciones con respecto a ellos.Pero esa tendencia, lejos de corregirse, se incrementa, y ahora Urkullu, tan estiradamente él, con esa puesta en escena suya como de presidente asociado, ha reclamado a Pedro Sánchez 37 nuevas competencias, 37, y la revisión del modelo de Estado.

Ya previamente había sacado el PNV a Mariano Rajoy, en los idus de marzo del presupuesto, y en los idus de mayo de la moción de censura, unos cuantos cientos de millones más que sumar, o restar, a su privilegiado cupo; más, no contentos, ahora Urkullu, tras conceder graciosamente a Sánchez los 5 esqueléticos votos que necesitaba para su hercúlea investidura, exige la Seguridad Social, Instituciones Penitenciarias, Justicia... El pago, en suma. de esas treinta monedas de plata que el PNV se ha ganado en el pulso contra la derecha a la que moralmente pertenece.

¿Hasta cuándo tendremos que soportar estos privilegios ahistóricos e inconstitucionales?