La Administración Rajoy no ha elevado queja alguna frente a la Administración Trump sobre el proyecto de construir un muro en la frontera de México porque España ya tiene su propio muro en Ceuta y Melilla. Trump no ha debido enterarse aún ---sus empresas han mantenido escaso contacto con España, donde apenas tiene negocios--, pero en cuanto le informen de otros precedentes de su Gran Muralla mexicana seguro que nos pone en valor como país con muro.

El cinismo de la Administración Rajoy, de la mayoría de los partidos políticos españoles, y de España en general con la emigración es verdaderamente vergonzoso. Nuestros dirigentes se llenan la boca con promesas de integración, con planes de residencia, vivienda, empleo, escolarización, libertad de culto, no a la segregación, no al racismo, sí a los derechos humanos, si al libre tránsito transfronterizo, sí a los refugiados sirios, afganos, magrebíes, sudamericanos, sí a los exiliados políticos, sí al hermano negro, amarillo, rojo, eslavo, rapanuí o esquimal, y luego nada de nada.

España, que sigue siendo un país profundamente racista, pues muchos millones de españoles todavía ven en el musulmán, en el judío, en el gitano y en el negro un peligro potencial, y basta un asentamiento, un guetto, un insulto, una reyerta para hacer saltar la chispa, o la sangre, está a la cola de las políticas de integración.

El emigrante, en España, es bueno cuando ocupa un puesto de trabajo que el español no quiere, cuando cobra poco y trabaja mucho, cuando no reza ni come ni ama (como en aquella terrible película de Ryan Murphy), cuando no vota ni se asocia con otros emigrantes que quieren ocupar un determinado espacio político o social en su país de acogida. Los emigrantes, en España, reciben de la Administración Rajoy la escrupulosa aplicación del artículo 33, un papel, otro, otro más, otro contrato, visado, tampón, revisión, convalidación, más papeles en la Delegación, en el Ayuntamiento, la revisión médica, los penales... Perdido en el laberinto de la burocracia española, el emigrante acaba echando de menos su antigua forma de vida, y se queda lo justo para ahorrar, ir tirando y salir de un mal paso. Con ellos hemos podido repoblar esas comarcas deprimidas de las que huyen los jóvenes, pero para eso hay que creer en su causa y en unas cuantas cosas más en las que no creen los cristianos viejos que nos gobiernan.