Los Ciudadanos de Albert Rivera han empuñado el ariete contra la Comunidad de Madrid, con vistas a derribar la puerta de ese palacio y tumbar a una de las mujeres del César Mariano, pillada en falta. Decía Plutarco, gran fabulador, que la mujer del César no sólo debía ser honesta, sino parecerlo. Cristina Cifuentes no está pareciendo honesta en el caso del máster, y de que lo sea hay tantas dudas como Julio César pudo llegar a albergarlas sobre su esposa Pompeya cuando le soltó (de creer a Plutarco) aquel refrán que les ha trascendido.

Mariano Rajoy, en su particular foro romano por donde lo pasean en andas para no pisar el barro, ha defendido a Cifuentes por afecto (humanum est), pero, sobre todo, por estrategia pre--electoral, entendiendo que la defensa del palacio madrileño, donde tantos servidores tiene, y tales bienes se atesoran, es vital para la conservación del propio imperio.

Hasta ahora, el césar galaico, el hispano Mariano se había mostrado indiferente a la suerte de los suyos. Iban cayendo, uno tras otro, sus generales, Camps, González, Bárcenas, Aguirre, todos ellos/as embarrados en acusaciones de corrupción. El emperador, en su divina imperturbabilidad, les mandaba un mensajero, o ni eso, y seguía a lo suyo, tratando de evitar el triunvirato con Pedro Sánchez y con Rivera, contentándolos de vez en cuando, sedándolos, y de alejar a Pablo Iglesias y a su ejército de espartacos de cualquier combinación de poder.

Encerrado en palacio, con los suyos, mientras la generala Soraya luchaba en la Tarraconense y la generala Cospedal se desempeñaba al frente de la Legión y combatía, con el bárbaro Trump, a los bárbaros persas de Al Assad, Mariano el Hispano se sentía seguro, relajado en un Madrid tranquilo, en una apaciguada Roma, hasta que se la liaron a Cifuentes y de paso a él.

Pero esta vez, sin embargo, Rajoy no ha aplicado a Cifuentes el refrán de la mujer del César. No la ha cesado ni dejado caer al panteón de sus víctimas. Si doña Cristina es apartada del poder, lo será en el campo de batalla de una moción de censura, durante un espectáculo de gladiadores en el que Mariano el Hispano confía no haya vencedores ni vencidos, leones ni cristianos, pues ni el poco mesiánico Gabilondo está libre de pecado para arrojar la primera piedra ni el actor Toni Cantó era pedagogo socrático.

Morituri te salutant...