Aunque parezca increíble, incluso estos días de mogollón callejero hay gente dispuesta a echarse el coche a las espaldas y meterse en la vorágine de las fiestas mayores de la Muy Noble (y muy caótica) ciudad de Zaragoza.

Pero esto viene a cuento de que, viendo cómo funcionan las cosas del tráfico en la capital aragonesa (que hace poco se celebró el día sin coches y no nos enteramos ni el Excelentísimo Ayuntamiento quiso hacer nada al respecto, al menos que yo sepa) y oyendo asimismo que la concejala del ramo medioambiental, mi colega Lola Campos, tiene problemas para conseguir que Cesaraugusta reduzca sus emisiones de CO2 como manda el Protocolo de Kyoto... pues voy a replantear una vieja sugerencia mía, que consiste en restringir el uso del automóvil particular en las vías zaragozanas. Pero cuando hablo de restricción, quiero decir restricción de verdad. Sin pijaditas.

Ya no hay ninguna ciudad civilizada que no esté aplicando alguna fórmula para sacar el coche privado de sus calzadas. En Zaragoza la opción sería clara: frenar en seco la llegada de estas máquinas al centro (salvo residentes, reparto y servicios públicos), poner muchas pegas al movimiento de los artefactos semovientes entre el Centro y la Segunda Ronda (avenidas de Fleta, Goya, etcétera) y dejar que el tráfico libre se mueva a través del Tercer Cinturón para salir y entrar de la capital.

La Zaragoza de la Expo debe sacudirse de encima la dictadura del coche. Es hoy inaudito que los automóviles todavía sean los dueños de tantos espacios. Que por ejemplo se enseñoreen nada menos que del Campus de San Francisco (donde no deberían estar ni gratis ni pagando, pues ¿para qué se hizo entonces el párking subterráneo de la plaza aledaña que está siempre medio vacío?).

En una ciudad sostenible el coche está de más. Pasearlo por sus calles es una horterada cara, incómoda y absurda. Reflexionen sobre ello ahora que estamos en fiestas. Y a la vuelta de la verbena piensen lo que podría ser Zaragoza con los taxis más rápidos y baratos, los autobuses manteniendo sus frecuencias, las calles para el peatón y las bicis... ¡la gloria!