Los efectos colaterales de la pandemia del coronavirus eran desconocidos en Aragón y el resto de España, pero la comunidad cuenta con un precedente relativamente próximo en el tiempo. Hace medio siglo, en 1971, la ribera del Jalón sufrió un brote de cólera, focalizado sobre todo en Épila y Rueda de Jalón, que acabó obligando a vacunar a más de 607.000 personas en toda la provincia de Zaragoza.

Una epidemia que se zanjó en apenas 12 días, gracias en gran medida a la labor del farmacéutico de Épila, Ricardo García Gil, que falleció en el 2004, poco después de haber recibido una medalla de la Real Academia de Farmacia, el último de una larga serie de reconocimientos.

García había advertido reiteradamente a las autoridades de la contaminación del Jalón, que de hecho generaba periódicamente episodios de brotes de diarrea. Pero en julio de 1971 se declaró el cólera, y pese al coto a la información propio del tardofranquismo, se desató la alarma social.

Conforme se iban conociendo casos de fallecidos, que no llegaron a la decena, la población iba reclamando vacunación, lo que luego se vendió como una exitosa campaña. Hasta 3.000 personas hicieron cola algunos días en la dirección sanitaria de la época para ser inoculados, en filas que dejaban cortas las que hoy se ven en los supermercados con el coronavirus. En estos no había, de hecho hubo que destruir toda la cosecha de la zona, e incluso tiempo después se pudría en el Mercado Central sin que los zaragozanos se decidiesen a comprarla.

El boticario de Épila fue el encargado de hacerse cargo de la situación, y comenzó a depurar el agua de las fuentes con lejía, los pozos con hipoclorito y arena y a lanzar bandos para hervir el agua, en una época con sistemas de saneamiento muy rudimentarios, cuando los había. Aunque las autoridades responsabilizaban a inmigrantes que pasaban por la zona.

La limpieza, más que la vacunación, acabó con la crisis en apenas dos semanas. Lamentablemente no parece que esta vaya a ser tan corta.