Este fin de semana nos ha sorprendido la noticia del fallecimiento del profesor Enrique Gastón Sanz, catedrático acreditado en Ciencias Sociales, de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Zaragoza. Persona muy conocida no solo en el mundo universitario sino en la ciudad por su personalidad polifacética. Estudió en la Universidad de Zaragoza, donde obtuvo las licenciaturas en Derecho y en Filosofía y Letras, y posteriormente el doctorado. Estudió además sociología y se convirtió en un observador y analista de lo social.

Hombre culto, capaz de hacer un análisis sociológico de la realidad como una reflexión sociopolítica del momento, sus conversaciones eruditas y sus clases siempre eran de interés por su amenidad, creatividad, propuestas, y fácilmente se ganaba a los que le escuchábamos. Nos deja libros y artículos que aportan conocimiento y buenas prácticas para la comprensión de la vida social.

Conocí a Enrique en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense. Era el curso 1972-73, se acababa de implantar la licenciatura de Sociología, y Enrique comenzó a impartir docencia de Psicología Social. Posteriormente coincidimos, hace ya más de tres décadas, en la Facultad Ciencias Económicas y Empresariales de Zaragoza (hoy de Economía y Empresa) en donde fue el primer director del departamento de Sociología de dicha Facultad, durante el curso 1978-79.

Hombre emprendedor, y amigo de nuevos retos, asumió la constitución y dirección de la Escuela Universitaria de Estudios Sociales (hoy Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo) y contribuyó a la puesta en funcionamiento de las diplomaturas de Trabajo Sociales y Relaciones Laborales, y a los procesos de integración administrativa de las enseñanzas, y profesorado en ocasiones, procedentes de la Universidad Laboral de Zaragoza y de la Escuela de Graduados Sociales.

Fue también promotor y director, a partir del curso 1986-87, del Magister de Estudios Sociales Aplicados, título propio de la Universidad de Zaragoza, que tuvo varias ediciones por la demanda existente entre los profesionales de Derecho y Relaciones Laborales También encontramos a Enrique, en 1979, entre el grupo de sociólogos que promovió la Asociación Aragonesa de Sociología, de la que fue su presidente.

Enrique fue un hombre comprometido, especialmente con las situaciones políticas y sociales injustas, lo que le llevó a militar en partidos políticos de izquierdas. Y este compromiso no tuvo límites. Lo encontramos en una etapa de su vida, en Santiago de Chile, asesorando al gobierno del presidente Salvador Allende, apostando por la utopía renovadora de aquellos años, en los que la lucha por un mundo mejor, más justo y equitativo, constituyó el ideario de muchas personas que apostaron y condicionaron su vida a ello.

Enrique era un hombre libre, vitalista, tenaz, apasionado con todo lo que hacía. Su imaginación y creatividad no tenía límites. Lo mismo estaba pensando en su próxima obra de teatro, que en cómo llevar a buen término su proyecto de Jaulín. Le faltaba vida para poder hacer todo lo que tenía pensado. Ni en los últimos años de su vida, en los que la cabeza no paraba de pensar y de crear, pero las limitaciones de la edad empezaban a dar señales, no tiró nunca la toalla, y pensaba en lo que estaba haciendo, en su proyecto del Corredor medioambiental de la Amazonia: de los Andes al Altántico. Y en su fuero interno no descartaba la idea de que tal vez un día, iría allí, a conocer y analizar esa realidad social, y poder diseñar y proponer políticas alternativas de renovación territorial.

Enrique era muy amigo de sus amigos, y también se hacía amigo de los que por cualquier motivo entraban en contacto con él. Enseguida te hacía participe de sus intereses, ilusiones, proyectos y de sus utopías, de manera que un encuentro esporádico podía terminar convirtiéndose en una profunda amistad. Para él todo era posible. Su actitud positiva ante la vida, su fortaleza ante las dificultades, su humor y alegría han dejado una huella inolvidable en los que le hemos conocido y nos hemos cruzado en su camino.

Magdalena, su esposa y compañera, y sus hijos Ana, Diego y Violeta tienen que estar satisfechos por haber compartido la vida con él, y del abundante cariño y buenos momentos que todos hemos pasado con él.