Una de esas películas con mejor título que lo que luego se ve en pantalla es La ciudad de los corazones rotos, de Samuel Benchetrit, con Isabelle Huppert defendiendo un argumento imposible, en el que un astronauta americano aterriza por error en una banlieu cerca de París. En dicho y destartalado barrio conviven jóvenes desesperanzados de diferentes etnias, siendo más que dudoso que representen la llamada Europa de la multiculturalidad, sino más bien, como el título nos orientaba antes de entrar a la sala, una Europa cuyos sumandos restan. El caso es que el astronauta USA será acogido en casa de una mujer de origen árabe que lo cuidará como una madre y lo aficiona al cuscús mientras acuden a rescatarlo los agentes de la NASA. Al tripulante espacial no lo importaría quedarse, continuar con sus siestas, contagiarse del ocio, los vicios y la falta de horizonte de la banlieu, pero al final deberá regresar al país de la productividad, reclamado por el progreso.

Marine Le Pen, en la línea de Donald Trump, quiere romperle el corazón a esa vieja Europa cobijada bajo la mesa camilla y la sombrilla antimisiles de un ejército con problemas de soldadas y una Comunidad que se resquebraja con la salida de Reino Unido y las amenazas de Estados Unidos y del Frente Nacional. Si, efectivamente la señora Le Pen se convierte en la próxima presidenta de la República francesa, Europa, simplemente, dejará de existir. Las fronteras volverán a nuestras exportaciones y vidas, y España sufrirá, como ya lo está pasando mal, y peor que lo pasará, con el brexit. Sin Inglaterra ni Francia no puede haber Comunidad Europea, pero es que hay muchos ingleses, tantos, a lo mejor, como franceses, que no quieren o no necesitan la Unión.

Hay otra Francia, intransigente, dura, marcada por la violencia, a la que asomo estremecido con la novela de Sebastiá Bennassar, El imperio de los leones (editorial Al Revés). Un thriller con ritmo, sexo, drogras y crímenes ambientado en el entorno de la mafia de los lioneses, proyectada hacia su expansión por la Costa Brava catalana y el tráfico de hachís por la península y Mediterráneo. Una realidad delictiva y supranacional en expansión (mafias rusas, centroeuropeas...) que asola las democracias occidentales con el riesgo de su disolución. Para comprobar cómo algunos políticos y mafiosos pueden coincidir en sus intereses comerciales.