Plaza del Justicia, 20,30 horas.

Se acerca con exquisita educación y la distancia que marcan los tiempos "Discúlpeme, caballero. ¿Es usted periodista, podría usted hacerme caso? Nadie me lo hace…". “Yo soy indigente, no indecente. Ya puede ver usted que no voy bebida, ni bebo ni me drogo.” Y Elena, 49 años, se sienta y con pausa y desgarro, habla.

Y cuenta. Cuenta cómo desde que pasó todo esto, la vida se ha puesto para ella, y para los que son como ella, todavía más difícil, más cara, más cuesta arriba.

Cuenta cómo el estado de alarma se ha llevado por delante comedores sociales, consignas, duchas y cenas calientes. “Voy cinco veces al día al pabellón de Tenerías, pero es imposible. No hay sitio nunca, nunca, nunca”, relata con una mezcla de desesperanza e indignación.

Lo único que le queda es pedir por la calle (“Me da una vergüenza horrible, pero la gente es buena”) para así tratar de reunir los entre 10 y 15 euros que le cobra una señora que le alquila una cama donde dormir bajo techo. “No te deja usar ni el baño, te pone un orinal y una garrafa de agua”.

Buscarse la vida

Y es que desde que el virus irrumpió en nuestras vidas no ha conseguido dormir en ninguna instalación de las que se encuentran habilitadas para los sin techo. “El Albergue y el Refugio están clausurados, allí no entra ni sale nadie”, dice Elena.

“Hay mucha gente que sigue en la calle, en los cajeros”, buscándose la vida, como ella. Su esperanza ahora es el nuevo albergue que se supone que la UME debe montar en otro pabellón municipal, aunque no está claro que eso vaya a suceder.

Al final, Elena se derrumba y suplica: “Que no nos dejen de la mano…somos personas”

El miércoles fue su cumpleaños y Elena, para celebrarlo, se compró un paquete de tabaco. “De un euro, ehh”, aclara. No le da para más. Aunque de regalo, lo que quiere es un techo donde poder pasar estos días; y dejar de estar expuesta al coronavirus.

Y es que en estos días de “#quedateencasa” su casa es la calle.

Y no quiere quedarse allí.