Los vecinos de la calle Borja, en el barrio zaragozano de Delicias, llevan seis años quejándose por las continuas molestias generadas por un bar de la calle, La Esperanza, que pese a tener licencia de cafetería (y por tanto, obligación de cerrar como tarde a las 2.00 horas), los fines de semana sigue funcionando, con la persiana echada, toda la noche. Con el buen tiempo, esto propicia que la clientela esté armando barullo en la calle, impidiendo el descanso, y en ocasiones derivando en episodios violentos si alguien se atreve a recriminar a los clientes.

Uno de los problemas es precisamente que son éstos, y no la propietaria, quienes profieren las amenazas y protagonizan los altercados que tienen asustado al vecindario. Pero «se conocen», explican los vecinos consultados (ninguno quiere que aparezca su nombre), de forma que muchos no se atreven a denunciar, para que no tengan acceso a sus datos al recibir la notificación. En estos seis años, según han sabido por el consistorio, las quejas se han traducido en al menos seis expedientes contra la propietaria.

Según les detallaron fuentes municipales, son infracciones en materia de horarios (tres sanciones de 601 euros), de exceso de aforo (900 euros), por carecer del seguro obligatorio (601 euros) y por molestias por ruidos (otros 601 euros). Pero estas sanciones apenas se han traducido en un mes de cierre durante todo este tiempo. En este lapso, los vecinos que vivían sobre el local, un matrimonio rumano, han optado por abandonar el piso, tras recibir amenazas por quejarse de los ruidos y las peleas.

RACISMO

«El primer día que hizo calor este año, y que tienes que abrir las ventanas, el ruido era insoportable. Me asomé a las 4.00 horas y conté exactamente 44 personas, y eran solo las que se veían desde mi lado», explicaba una de las vecinas.

En las ocasiones en que este diario se ha puesto en contacto con la propietaria, y cuando algún vecino va a intentar dialogar con ella, suele aludir a que se trata de un problema de racismo, ya que tanto la propiedad como la clientela es mayoritariamente subsahariana. Pero los vecinos lo niegan, alegando que «en esta calle hemos tenido una iglesia católica, una evangélica, una mezquita e incluso un club de alterne, y nunca habíamos tenido estos problemas. La cuestión no es el racismo, el problema es que no dejan vivir. Muchos vecinos ya se están marchando, hartos, y esto no puede ser así».

La suciedad que se acumula en la zona del bar, especialmente vasos o restos de botellón, también molesta a los vecinos. Así, y ante la imposibilidad de intentar arreglarlo por las buenas, algunos vecinos más expeditivos han optado por arrojar agua, huevos y harina por las noches a quienes se reúnen en el bar, pero sin resultado. Tampoco las quejas al Justicia de Aragón, que las ha habido, han logrado hacer nada.