El Gobierno que ahora tenemos en España está acreditando buenas intenciones reformistas. Rodríguez Zapatero, su presidente, posee para ello dos virtudes muy aparentes: es capaz de poner buena cara pase lo que pase y (en consecuencia) tiene más moral que el Alcoyano. La duda es si con esto ha de bastarle. El cambio tranquilo que pretenden los socialistas en ésta su segunda oportunidad va a chocar frontalmente con el boicot activo, absoluto e inmisericorde de la derecha española. Los grupos más conservadores no se van a dejar hacer como en los Ochenta: se ven más fuertes, lo tienen más claro y están mucho más radicalizados que entonces, cuando el centro era todavía una aspiración de las personas de orden. Esta belicosidad que encarna el PP contrasta con la laxitud que ha invadido a los sectores progresistas, donde más bien se espera a que el Ejecutivo tome la iniciativa para en todo caso criticarlo si desbarra.

Así sucede que los conservadores (y los especuladores) levantinos andan llamando a fronda por la derogación del trasvase (¡y qué cosas dice el deslenguado Valcárcel, presidente murciano!), a Rajoy todo le parece mal, el Papa regaña a Zapatero (eso hay que tomárselo con filosofía, dada la provecta edad del Pontífice) y los más carcas del Consejo del Poder Judicial torpedean la Ley contra la violencia de género (el que cientos de mujeres hayan sido asesinadas en los últimos años no acaba de parecerles motivo para una acción legal específica)... La Contra está activa. Y fíjense ustedes cómo sus reacciones tienen una repercusión mediática muy superior a la que solía obtener la oposición cuando mandaba Aznar. Cosas de la vida.

¿Podrá España entrar en una nueva etapa de modernización política y cultural? ¿Aguantarán los socialistas el tirón o aflojarán la marcha? ¿Tendrán el apoyo de quienes desean un país socialmente equilibrado, laico y bien informado? En los próximos tres años se despejarán éstas y otras incógnitas. Suerte y a barajar.