Han pasado ya más de dos meses desde que se empezaron a conocer las primeras noticias sobre unos extraños casos de neumonía en Wuhan, China. En un mes ya se sabía que el causante era un coronavirus, que anteriormente había dado otros sustos en 2003 y en 2012, en forma de brotes conocidos por sus siglas SARS y MERS respectivamente. Pero estas circunstancias no deben ocultar el hecho de que los coronavirus están presentes de manera habitual en nuestro entorno y que ocasionan enfermedades en animales y humanos sin que muchas veces, casi siempre, sepamos que es un virus de este tipo el que nos las ha producido. Curiosamente al usar un buscador de internet si tecleamos este virus nos saltarán antes los sucesos relacionados con los grandes brotes que la constatación de que es un germen que en diferentes variantes ya convive con nosotros.

Parecido al virus de la gripe

En las siguientes semanas, al tiempo que iban aumentando el número de casos, de fallecidos y se iba extendiendo geográficamente, también empezamos a saber más datos sobre esta nueva variante. Por ejemplo, que la transmisión se produce fundamentalmente por vía respiratoria a través de gotas que expulsamos con la tos o estornudos, que tiene una capacidad de transmisión no muy alta, que se transmite cuando se manifiestan síntomas y no antes, que la mortalidad puede situarse entre el 1% y el 2% o que, además, estos fallecimientos se producen sobre todo en personas con edad avanzada y con, mayor frecuencia, cuando padecen otros problemas de salud previos.

Esto, por el momento, se parece bastante a nuestras cepas habituales de virus gripe u otros gérmenes que colonizan nuestras vías respiratorias. Y esta similitud en sus formatos de enfermar nos permite compartir también la manera de prevenirla. Solo nos falta un punto respecto a la gripe, la vacuna.

Sería bueno recordar que una temporada habitual de gripe en nuestro país, por ejemplo, la del año pasado, puede afectar entre un 3% y un 5% de la población y puede suponer centenares de miles de asistencias sanitarias en Atención Primaria, decenas de miles de ingresos hospitalarios, bastantes de ellos graves y más de 6.000 fallecimientos relacionados. Si alguien tiene tiempo y paciencia que se moleste en compararlos con los datos del covid-19 en Europa en las últimas semanas, incluso con los datos de China, la zona más afectada. No admite comparación.

Entonces, ¿por qué preocupa tanto a las administraciones sanitarias y a la población? Probablemente pueda responder mejor a la primera que a la segunda parte, pero voy a intentarlo para ambas. Las administraciones sanitarias vigilamos constantemente la posible aparición de nuevas enfermedades porque esto nos permite conocerlas y el conocimiento nos conduce a poder establecer mecanismos de prevención. Todo lo contado en las líneas anteriores lo sabemos por la intensa vigilancia y el abundante intercambio de información entre países. Además, este conocimiento nos da la oportunidad de poder contener la expansión en las primeras fases.

La historia nos enseña en este sentido ejemplos de fracaso y de éxito. Por ejemplo, la gripe pandémica del 2009 o el SARS ya citado en el 2003. En el primer caso cruzó todas las fronteras y en el segundo desapareció. Y lo más importante, nos permite a los países prepararnos, sobre todo a aquellos cuya capacidad de respuesta por su situación económica y social se lo hace más difícil. En esta clave es en la que hay que interpretar los mensajes de la OMS.

El impacto social

Más difícil es interpretar el miedo social que nos lleva a protegernos con mascarillas sin necesidad o rechazar a una persona por apariencia, aunque esto no se corresponda con la transmisión de una enfermedad. Probablemente un ideal de riesgo cero, imposible de conseguir, una globalización que nos hace rápidamente cercano lo que siempre hemos percibido en la distancia, unas redes sociales saturadas de información no contrastada o deliberadamente falsa, una intrínseca desconfianza en el sistema, a veces torpe en sus mensajes, nos lleva a esta situación.

El resultado lo veremos en los próximos meses o años. Puede que contengamos el coronavirus o que finalmente consiga traspasar fronteras para convivir con nosotros durante los próximos inviernos junto con los otros virus conocidos. Ahora no podemos saberlo, pero lo que sí sabemos es que el impacto social y económico será significativo y que, en este futuro incierto, como en el resto de los problemas de salud, habrá sectores que harán su juego especulativo y grupos de población y territorios que se impactarán más que otros. Como siempre, los que menos tienen jugarán las peores cartas.