Otra navidad, otra Nochevieja, y otro cotillón más para el anecdotario. Dicho así, suena muy divertido, pero, si se piensa fríamente, da incluso algo de pereza. Porque hace apenas un par de años, meterse en un multitudinario cotillón era casi una cuestión de estado entre la juventud. Y quien propusiera alguna fórmula diferente para celebrar el Año Nuevo era señalado cual proscrito por sus colegas, con lo que el intento quedaba en tibio amago. Pero a medida que las nuevas generaciones van empujando y las no tan nuevas se van haciendo mayores, el cotillón de toda la vida se va desinflando ante la opción de ruta copera sin rumbo fijo.

La pregunta a hacerse es sencilla. ¿fue primero el huevo o la gallina? ¿Es la clientela la que cambia las tornas de Nochevieja o bien son los hosteleros los que manejan la nueva tendencia? Porque, hablando de gallinas, pocos son los cotillones que siguen dando huevos de oro, muchos pubs y discotecas proponen estas fiestas obligados como cortesía de cara a su parroquia habitual. Sólo escuchando a los propietarios de pubs y discotecas se entiende que esto de los cotillones es un mal trago para ellos y que están hasta el gorrito de Papá Noel de la Nochevieja.

A saber. La barra libre significa que desde la misma apertura de las puertas del local, la gente se agolpa sobre la barra como si las botellas se fueran a acabar en diez minutos. Y las copas se piden de tres en tres, una treta que se supone sirve para evitar un inmediato nuevo viaje a la barra. Al rato, se juntan cuatro o cinco cubatas similares en una mesa, por ejemplo, con lo que los cotilloneros no distinguen cual es la copa de su propiedad. No pasa nada, piensan, se pide otra ronda, que para eso es barra libre. ¿Qué se cae el vaso al suelo? Tampoco pasa nada, tenemos barra libre. ¿Qué se ha derretido el hielo? Idem, que para eso tenemos barra libre... Conclusión, que al hostelero se le marcan todas las venas de las sienes al ver que la gente pide seis para beberse tres.

Claro que el cliente tiene reproches que hacerle a los cotillones. Para empezar, hasta una hora concreta, todos encerrados en el susodicho local, nada de salir a tomar el aire a pesar de no disponer ni de un centímetro cuadrado de espacio vital. Si se logra respirar un ratito en la calle, es a cambio de un tatuaje en la mano que recuerda el nombre de la discoteca mil duchas después. Claro está, también uno se quiere poner guapetón y se gasta un dineral repartido en el pantalón o vestido y en la tintorería posterior. ¿Lo de las copas? En vaso de plástico,por supuesto, con lo que siempre pasa que una grieta amarga el cubata. En cuanto a la suculenta recena anunciada, se compone de unos minis de chorizo de pamplona, Nochevieja sí, Nochevieja también. En suma, 40 ó 50 euros han volado a cambio de una noche embarrullada y una resaca sospechosa, a pesar de que digan que el garrafón ya no se estila. Al menos, lo de ligar resulta más fácil en Nochevieja. Vamos, eso dicen.