Afirma con total seguridad que siente que ha vuelto a nacer. También confiesa que antes le tenía cierta manía a eso de cumplir años, pero ahora la vida le ha puesto en la tesitura de «tener que celebrar cada día que pasa». A sus 50 primaveras, David Gaspar ha pasado 38 días ingresado en la uci del hospital Miguel Servet de Zaragoza por culpa del coronavirus. «Estuve muchos días dormido, pero recuerdo que tuve dos sueños muy claros donde razonaba que me iba a morir. El sueño era mi realidad porque en el momento que me conectaron al Ecmo (el sistema de oxigenación) la situación era muy crítica», cuenta este profesor del colegio Compañía de María.

Acudió al hospital porque fue su mujer Lola quien insistió. «Yo no le estaba dando importancia a la fiebre», dice. Cuando llegó al Servet ya sentía fatiga y mucho cansancio. «Me subieron a planta pero a las horas ya me bajaron a la uci porque no podía respirar bien. Estaba muy asustado, empecé a ver a todo el mundo con los Epis y ya sentía que aquello se estaba poniendo feo», asegura. Lo tuvieron en observación, pero finalmente decidieron intubarle. «Yo ya estaba sedado, pero la situación se volvió todavía peor cuando los pulmones se empezaron a encharcar y entonces me conectaron al Ecmo», explica. «Según me han contado me hicieron dos o tres aspiraciones, me controlaron también un coágulo y al final me estabilice. Lo que hacen ahí es una ingeniería médica brutal. Solo tengo palabras de agradecimiento para ellos», dice Gaspar.

55 días lejos de la familia

Este aragonés se sintió «completamente vigilado y atendido» todas las horas del día. «Sentía que cada día que pasaba y no me subían a planta significaba que me iba a morir. Tuve momentos muy angustiosos, pero ellos me miraban desde el pasillo, me ponían carteles animándome, me lanzaban sonrisas y tuvieron detalles por encima de su responsabilidad», recuerda. También le pusieron en contacto con su mujer y sus dos hijos (Pablo y Celia) mediante videollamada, le animaban con música y, con un alfabeto, le ayudaban a expresarse cuando él «solo quería tirar la toalla», señala. «El trato fue espectacular, tremendo. Llegará el día en que podré dar gracias por esto, para mi es un antes y un después, una recolocación en la vida para ser consciente de su valor y de las pequeñas cosas», asegura Gaspar.

Cuando salió de la uci y lo llevaron a planta le ofrecieron la posibilidad de que su mujer acudiera a verle, pero prefiero «aguantar un poco más» y no correr «un riesgo innecesario». Al final, el reencuentro y el alta se produjo 55 días después. «Cuando salí del Servet tenía miedo a la calle. Me encontré una ciudad apocalíptica, extraña. El encuentro con mis hijos fue precioso. Esto ha supuesto para ellos una maduración express», reconoce.

Ahora lleva más de dos semanas en casa y sale a caminar con andador, ya que tras tantos días en la cama ha perdido la flexibilidad en un tobillo y no camina bien. También ha perdido 20 kilos. «Tengo mucha fuerza de voluntad y me siento orgulloso de mi, de mi actitud y de cómo he reaccionado. Es verdad que he sido un superviviente, pero en el sentido de héroe no he hecho nada. Eso han sido los profesionales que me han atendido», asegura.

Mientras recupera su vida al ralentí, ni su familia ni sus amigos, compañeros de trabajo, alumnos y exalumnos se han olvidado de él ni un solo día. «Me han escrito, me han mandado videos para animarme y mi mujer Lola siempre ha estado en contacto con ellos. Ella ha estado al pie del cañón. Acaba de cumplir años y me ha dicho que ha sido el cumpleaños más feliz de su vida», cuenta emocionado.