Durante los días veraniegos de intenso calor, el ambiente de la localidad de Boquiñeni, en la Ribera Alta del Ebro, se vuelve "irrespirable", según denuncian continuamente sus vecinos y los residentes temporales. La causa es la existencia en su término municipal de más de treinta granjas porcinas, algunas muy cercanas al casco urbano, con una cabaña de 40.000 cabezas.

"En Boquiñeni no se puede vivir en verano debido al olor de los purines", protesta un zaragozano oriundo de la localidad ribereña. "Los excrementos se vierten indiscriminadamente, en cualquier campo, y se van filtrando en la tierra hasta que invaden el alcantarillado del pueblo", asegura.

"Boquiñeni es realmente un punto negro del ganado porcino en Aragón", reconoce Félix Coscolla, alcalde del pueblo, de unos 900 habitantes. "El problema es que nuestro término municipal es muy pequeño, de sólo 18 kilómetros cuadrados, y está atravesado por carreteras y vías de tren, por no hablar del embalse de La Loteta, que invade parte de nuestro territorio", explica el responsable municipal.

PESTE PORCINA En 1997 se desató una peste porcina que tuvo en Boquiñeni uno de sus principales focos. La epidemia se tradujo en un inmediato endurecimiento de la legislación que regula la construcción de granjas de cerdos, pero los nuevos reglamentos no pueden remediar la situación de numerosas granjas que datan de los años 70 y 80 y que se edificaron muy cerca de las viviendas de la población.

Además, la solución no parece sencilla. El ayuntamiento estudia la construcción de una planta de gestión de estiércol, pero su posible ubicación, situada entre la línea férrea de Zaragoza a Tudela y el canal Imperial de Aragón, ha sido objeto de una viva polémica, dado que la instalación no respetaría en principio la distancia ante una infraestructura hidráulica que tiene consideración de monumento.

"El problema viene de antes y se han barajado muchas soluciones", comenta Félix Coscolla, que lleva varios años buscando cómo eliminar los 120.000 metros cúbicos de purines que se producen en las granjas de Boquiñeni. "Las balsas de desecación --afirma el alcalde-- no parecen el mejor remedio, pues existe el riesgo de que se produzca gas metano".

También se ha descartado una planta de cogeneración, "porque las experiencias que se han hecho en otras partes no han dado buen resultado", según palabras de Coscolla. Por su parte, las instalaciones para la gestión de estiércol, que están pendientes de la aprobación de distintos informes, contribuirían a combatir los malos olores y tendrían una doble ventaja.

"Por un lado --mantiene el alcalde--, se producirá compostaje y abono para el campo y, por otro, parte del líquido reciclado se podrá dedicar para otros riegos".

"Seremos escrupulosos con el respeto al canal Imperial", promete Coscolla. "La instalación se hará a 200 metros del monumento y estará debidamente disimulada para que no resulte antiestética".