El Pirineo oscense mantiene abierta una crónica no escrita, y quizá algo oculta, de cuatro oscuros y violentos crímenes ocurridos en las dos últimas décadas del siglo pasado que los investigadores no pudieron resolver a pesar de todos los esfuerzos realizados.

Una prostituta francesa que apareció calcinada junto a una carretera, un vecino de San Juan de Plan muerto a golpes para ser escarmentado, un joven asesinado en Aínsa cuya muerte sacó a la luz una red de tráfico de drogas en la zona y una mujer de rasgos sudamericanos que fue hallada ahogada y desnuda en el río Cinca son los capítulos todavía por cerrar de esta crónica.

En todos estos casos, el silencio y una atmósfera opresiva ligada a las peculiaridades de una geografía y un clima que en tiempos pasados hacía de estas zonas mundos aislados y con reglas propias, son constantes que subyacen bajo la superficie y que dificultan, junto a la falta de pruebas, la labor de los investigadores.

El primer caso ocurrió la noche del 26 de julio de 1985, fecha en la que Marcelino Castillo Bruned, un vecino de San Juan de Plan, moría a causa de los golpes recibidos en la cabeza por una herramienta de labor, posiblemente una azada, y su cadáver era arrojado posteriormente en las márgenes del río Cinqueta.

A lo largo de la investigación, tres vecinos de la población fueron detenidos como principales sospechosos del crimen, y puestos en libertad en días sucesivos por el órgano instructor encargado del caso por falta de pruebas incriminatorias.

Las investigaciones barajaron por aquel entonces como principal móvil del crimen un escarmiento que podría haber sido motivado por las raterías que supuestamente llevaba a cabo la víctima en casas del pueblo y en las huertas de los vecinos.

El 4 de diciembre de 1986, una mujer joven sin identificar apareció estrangulada y calcinado su cadáver desnudo en las márgenes de la carretera del puerto de la Guarguera, una vía muy poco transitada que discurre entre el alto de Monrepós y Boltaña.

Las etiquetas de las ropas y los objetos que fueron hallados junto al cuerpo, entre ellos un paquete de tabaco de la marca Gitanes, apuntaron a la posibilidad de que la mujer, todavía sin identificar, fuera una prostituta francesa, aunque las gestiones hechas con la Gendarmería gala no permitieron poner un nombre a la víctima.

Unos años después, en la Nochevieja de 1995, fue hallado en el interior de un pozo cercano a Aínsa el cadáver del joven Carlos Viscasillas, con dos impactos de bala en su hombro izquierdo.

Las investigaciones llevadas a cabo por la Guardia Civil sacaron a la luz una pequeña red de tráfico de drogas con ramificaciones en distintos puntos de la comarca oscense del Sobrarbe y provocaron la detención de varios jóvenes por presunto tráfico de cocaína y de otras sustancias, pero no revelaron la identidad de su asesino.

El caso, vinculado desde un primer momento a una posible deuda de la víctima relacionada con las drogas, fue archivado tiempo después por falta de pruebas y reabierto en 2002 a petición de la familia del joven asesinado para la práctica de nuevas pruebas.

Los investigadores procedieron a la detención de un joven de Aínsa por su supuesta vinculación con el crimen, pero finalmente fue puesto en libertad y archivado de nuevo el sumario al no revelar la investigación indicios suficientes para la resolución del caso.

En mayo del año 2000 fue localizado bajo el puente que cruza el río Cinca a su paso por el término municipal pirenaico de Salinas el cadáver desnudo de una mujer de rasgos sudamericanos que no pudo ser identificada por los investigadores.

Aunque los numerosos golpes que presentaba el cuerpo podían deberse al arrastre del cuerpo por el cauce, los encargados de la investigación sopesaron como hipótesis principal que la mujer fuera víctima de unas mafias que se adentraron en España a través del túnel de Bielsa para deshacerse del cadáver y dificultar las pesquisas.

A estos capítulos de la historia negra del Pirineo aragonés pareció que podía sumarse el crimen del alcalde del pequeño núcleo de Fago, ocurrido en diciembre de 2006, aunque las nuevas y más modernas técnicas de investigación permitieron pocos días después la detención de Santiago Mainar, un vecino con el que mantenía una fuerte enemistad.

El mutismo y el silencio se apoderaron de esta población, como en casos anteriores, pero las pruebas científicas conseguidas facilitaron la detención del sospechoso.