Parece ser que tras el debate sobre el estado de la comunidad Marcelino Iglesias está con la autoestima por las nubes, mientras que su principal oponente, el conservador Gustavo Alcalde, ha sufrido un notable desgaste en el seno de su propio partido. Con un congreso regional convocado para este mismo otoño, los hay en el PP que andan moviéndole la silla de jefe al bueno de Alcalde. Mas no creo yo que la alta dirección popular sea capaz de sancionar la defenestración de quien ha sido desde hace más de tres años el mascarón de proa de su política en Aragón. Sería un acto de crueldad absoluta, una traición miserable, una canallada.

Deberían recordar los críticos de hoy que Gustavo Alcalde cogió la presidencia regional del PP tras el asesinato de Manuel Giménez Abad, cuando otros conmilitones suyos ya habían escurrido el bulto ante la amenaza terrorista. Luego se vio obligado a defender propuestas que la mayoría de los aragoneses rechazaba. Tuvo que sacar la cara por Aznar, sus cachondeos y sus promesas incumplidas, por Matas y su trasvase del Ebro, por Cascos y sus chapuzas, por Trillo y sus aviones estrellados. Alcalde se ha comido más marrones que nadie, sin tocar poder y sin otro objetivo posible que mantener en pie los palos del sombrajo conservador en Aragón, lo que por cierto ha ido consiguiendo mal que bien. Mientras él se batía el cobre en los terrenos más difíciles, Luisa Fernanda Rudi cobraba las recompensas sin despeinarse ni pasar un mal rato (qué le vieron a esta altiva señora los más altos jerarcas de la derecha española es todavía un misterio indescifrable). ¡Cómo van a desautorizar ahora Rajoy y sus cuates a un servidor tan leal y desprendido!

En la historia del PP aragonés abundan, es verdad, los cainismos y las putadas. La que le hicieron al eurodiputado Joaquín Sisó, trabajador como nadie y al que dejaron fuera de juego para poner a María Antonia Aviles; la que le hicieron a ésta, echándola por las buenas para poner a Rudi; la que le hicieron a José Ignacio Senao, sacándolo de la Diputación provincial de Zaragoza, institución que había pacificado y reorganizado, o incluso a Mesías Gimeno a quien dieron pajeta tras tenerlo de perro de presa en las Cortes de Aragón.

Pero con Alcalde no se atreverán. Sería demasiado. Tendrán que dejarle donde está. Y además... ¿quién demonios iba a hacerlo mejor que él?