A lo largo de los años escribiendo esta columna, les he comentado más de una vez que, en nuestra Semana Santa, contamos con un atributo peculiar, la Cruz In Memoriam.

Seguro que ustedes habrán visto, en el deambular de las procesiones, a algunos cofrades que portan unas grandes cruces llenas de plaquitas o bien con nombres directamente grabados en dicha cruz; pues bien, esa es ahí, que recoge todos los nombres de los cofrades fallecidos desde la fundación de la cofradía, de manera que, como me gusta decir a mí en mis rutas guiadas: En nuestras procesiones lo hacemos los vivos y los muertos.

Hoy, Domingo de Resurrección, es el día que da sentido a esa Cruz, porque, como creyentes que somos, confiamos en la Resurrección de todos aquellos que aparecen en la misma. La Resurrección de Jesús, cierra el círculo de una Cuaresma y una Pascua en la cual se nos anunciaba que había que transformarse para resucitar como una nueva persona. Con la Resurrección se materializa la promesa de Jesús de ofrecernos una Vida Nueva, también para aquellos que ya han fallecido.

Me van a permitir que en este punto recuerde a un par de personas que este año nos han dejado, una que habrá aparecido en esas placas esta Semana Santa y otra que no. En primer lugar, Ana, mi Ana, la señora a la que dediqué hace unos años una de mis columnas, como manola del Prendimiento; elegancia, saber estar, constancia, generosidad, siempre amabilidad, siempre preocupada por mis hijos... se nos ha ido un bastión de la cofradía, y curiosamente, un pilar que, ni tocaba instrumento, ni empujaba un paso, ni portaba un atributo muy notorio, como suelen hacer los cofrades más reconocidos; ella, desde su presencia callada, se hizo valedora del corazón de todos los del Prendimiento.

La otra persona nunca aparecerá en esas cruces porque nunca fue cofrade, ni lo quiso ser; de hecho, cada vez que me oía hablar de mi cofradía o de las procesiones; cada vez que yo dejaba a su hija, con sus nietas, para irme a ensayar o procesionar, me miraba con esa cara que pone la gente que no entiende por qué los cofrades hacemos lo que hacemos. Creo que mi suegro, Juanjo, me vio una o dos veces desfilando con mi cofradía en la calle y lo hizo porque así acompañaba a su hija, mi mujer, y a sus nietas, a ver a su padre, pero él, por sí mismo, no habría ido de aquí a la esquina por ver una procesión; sin embargo, respetó siempre mi opción y, aunque no la compartiera, hizo por entenderla desde su fe profunda y tolerante.

Soy el único cofrade de mi familia (mis hermanos lo fueron, pero la vida va cerrando unas puertas y abriendo otras) y mi mujer, de una espiritualidad profunda y practicante no entiende la mayor parte de las veces esta locura y, en ocasiones, como si de un trabajo se tratara, es complicado conciliar la vida cofrade y la vida familiar, sobre todo, cuando toca cambiar planes por ensayos, actos o procesiones; pero al final siempre se acaba por encontrar el equilibrio, el equilibrio en una vida que terminará, esperemos que dentro de muchos años, plasmada en una Cruz in Memoriam. H*Coordinador de Ámbito Cofrade