«Guatemala es un país rico en bienes naturales y esto ha sido nuestra condena, porque las inversiones internacionales han llegado a saquearnos y a violar totalmente nuestros derechos». Con estas duras palabras sobre la situación del Estado centroamericano comienza su relato Yolanda Oquelí, activista medioambiental y lideresa comunitaria de la organización Frente Norte del Área Metropolitana (Frenam - La Puya). Oquelí, de mirada viva y palabras firmes, visitó este jueves Zaragoza de la mano de Amnistía Internacional para dar voz a su historia y a la problemática entre las comunidades, la política y las inversiones extranjeras que se vive en Guatemala .

Precisamente, el lazo entre ella y la asociación no es, en absoluto casual. La suya es una historia dura, que pone de manifiesto su fortaleza y persistencia. Debido a su lucha contra El Tambor , un proyecto minero de Exmingua, a su vez subsidiaria de otra empresa norteamericana, la activista ha sufrido dos intentos de asesinato (una bala todavía sigue alojada en su cuerpo) y una persecución que le ha obligado a dejar Guatemala y venir a España. «Me he resistido a salir porque es mi país, porque no se me hacía justo », se lamenta Oquelí, quien decidió dar este paso cuando vio en peligro a sus pequeños: «las últimas amenazas ya han incluido a mis hijos, que ya tuvieron dos intentos de secuestro», ilustra.

PAPEL FEMENINO

Su batalla comienza en el 2012, cuando surgió este movimiento que protesta por que no se consultara a las comunidades afectadas antes de concederse la licencia de la mina, como dicta la ley del país, y por las consecuencias medioambientales y sanitarias que provocaría la extracción de oro, sobre todo en lo referente a la contaminación del agua. En estos inicios consiguió que las mujeres estuvieran en todo encuentro del grupo, hasta convertirse ella misma en lideresa. De hecho, Oquelí destaca el papel femenino en la causa: «Ha sentado preferente a nivel nacional e internacional porque hemos sido las mujeres las que nos hemos puesto al frente, con barreras humanas, ante la represión del gobierno y de la empresa», subraya.

Ese mismo año sufrió el primer intento de asesinato, cuando le dispararon después de participar en una manifestación pacífica. Un año más tarde, en julio de 2013, su casa fue tiroteada mientras ella y sus hijos estaban dentro, poco antes de que otro activista del movimiento, Santos Ajau, fuera asesinado. «Son cosas que han sido difíciles, que me han marcado la vida, a mí y a mi familia, pero creo que ha sido importante la lucha que se ha hecho», juzga la defensora sobre su periplo.

Esta pelea llevó a que en el 2015 la Justicia guatemalteca suspendiera las obras de la mina. Un hecho, sin embargo, que para Oquelí no quiere decir que hayan parado el proyecto: «lamentablemente es un país tan corrupto que, aunque estén dadas las directrices de la ley, el dinero es lo que manda», sostiene.

Ese situación es la que ha puesto en riesgo su vida y la ha llevado a sufrir una persecución «muy fuerte». Emocionada, incide en que lo vivido le ha marcado: «me cambió la vida a mí y a mis hijos», unos niños que «no han tenido una vida normal, no han podido estudiar como todos los niños lo hacen», recalca.

Constantes cambios de domicilio y la protección que le puso la Comisión Interamericana de Derechos Humanos no fueron medidas suficientes, ya que Oquelí, seguía sufriendo amenazas. «Agotamos todo lo que estaba en nuestras manos para no irnos, porque no se nos hacía justo abandonar nuestro país. Pero, lamentablemente, no hay garantías, a pesar de que andaba con hombres armados de parte del gobierno», relata. Acerca del cambio que ha supuesto venir a España, recalca que ahora se siente tranquila. «No es un cambio de vida, es empezar a vivir ahora», afirma.

Poniendo de nuevo la vista en su país, para ella, en la ecuación de Guatemala influyen los intereses extranjeros en «hasta quién queda de presidente». Y, destaca: «es importante decirlo, también hay empresas españolas que están involucradas en esto, que se jactan de que son respetuosas con los derechos de las comunidades, pero es totalmente falso». Una lucha, la suya, que no terminará en España, sino que seguirá: «Ni el dolor de la bala que siempre llevo ni la tristeza de haber tenido que salir del país me van a parar para seguir», concluye.