Alarga las pausas, traga saliva, se entrecorta... No duda. O sí. Le tiembla la voz a Sira Repollés cada vez que se enfrenta a la prensa y a la población que quiere escucharla para explicar no ya las decisiones que ha adoptado Sanidad, sino la gravedad auténtica del coronavirus. Otros oradores en idénticas circunstancias abotonan el gesto, abrochan las palabras y comunican el drama como quien da la hora. No es una mala estrategia embalsamar los sentimientos y las emociones y tensar las cuerdas vocales para transmitir firmeza y seguridad en el discurso. La consejera, sin embargo, da pases naturales al morlaco que ha heredado sin atender a la solemnidad del líder, y en ese tiritar de sílabas e ideas que se entrecruzan conviven la verdad y el miedo sin conservantes ni colorantes. Es una mujer, una persona, responsable y asustada, como debe ser. Segura de que libra una batalla para causar víctimas a la muerte, pero inquieta porque sabe que su peor enemigo no es tanto la covid-19 como la irresponsabilidad del ser humano. Incluida la de algunos que le rodean en el despacho.

Cuando a Sira le tiembla la voz deberíamos escucharla. Porque esa vibración repite el eco agrietado de la conmoción que provoca el transmitir a los inocentes la impureza de esta enfermedad para que sepan cómo vencerla o reducir sus efectos nocivos. Un mal que fermenta en el cuerpo, pero que progresa en la ignorancia general, no solo en la ciudadana. Aparcado el confinamiento bajo candado como medida más efectiva por salvaguardar en lo posible y lo imposible las economías del país y la doméstica, Repollés y su equipo apuestan por el procedimiento de la prevención y el control sanitario y depositan su fe en la cordura popular. Hay que ser muy creyente, extremadamente ingenuo, para entregar el timón al individuo sea joven o anciano, sobre todo en un continente tan disperso geográficamente como el aragonés, con el verano pletórico de fiestas paganas y religiosas, con el alcohol y la desinhibición presidiendo los altares de la canícula.

Rastreadores, pruebas de PCR, hospitales de campaña y voluntarios listos para el peor escenario. ¡Confinamiento optativo en modo positivo o negativo! No estamos frente a un problema comunitario sino ante un asunto de Estado que exige centralizar y unificar las operaciones. Si no el coronavirus se ira comiendo las fichas y contará de veinte en veinte hasta que Sira y otras buenas gentes se queden sin voz, sin paladar, sin olfato... ¿Sin vida?