Cuando a la vuelta de Reyes barran el espumillón, retiren los belenes y apaguen las luces, nuestros jefes (y no sólo ellos) tendrán que empezar a poner en marcha la maquinaria para que la Expo esté lista en plazo y forma dentro de tres años (o sea, en cuatro días). Ya he dicho últimamente que, en habiendo dinero, se cuenta con lo principal; sin embargo todavía será preciso resolver cuatro temas que no dejan de tener su busilis (dicen que doña María Teresa Fernández de la Vega velará por nosotros y nuestra salud, pero aun así). A saber: la configuración de equipos profesionales que garanticen la buena marcha de proyectos y obras, el desarrollo pormenorizado de las ideas que deben dar contenido a la muestra, la apertura de un diálogo social que permita hacer una Expo participativa sin lastrarla con debates inacabables y, por último pero no menos importante, la invención de mecanismos que permitan involucrar en el 2008 al conjunto de Aragón y la Valle del Ebro. Zaragoza debe emerger de su año mágico más ciudad, más capital y más centro económico y cultural que nunca. Para eso los responsables del invento tendrán que trabajar con buenos criterios, con imaginación, con esfuerzo y con generosidad. Esta ha de ser la mejor oportunidad que conocieron los tiempos para vender en el mundo entero lo que tenemos, lo que hacemos y lo que somos. Sería de locos (o de idiotas) no aprovecharla.

Si no se acierta, cabe que el amiguismo y las etiquetas partidistas difuminen el perfil profesional de los equipos, que el gigantesco mecanismo puesto en marcha se lleve por delante las mejores ideas y la participación social, que la fácil pretensión de montar en Ranillas una especie de aquapark eco-light arrase con las propuestas más innovadoras o que al calor del acontecimiento rebroten las desconfianzas hacia Zaragoza del resto de Aragón (ahí están los de Teruel mosqueados porque creen estar haciendo el inocente, o más bien el capullo).

Y el caso es que esta cita con la Exposición Internacional tiene todas las condiciones para sacar lo mejor de todos nosotros. Por la sociedad civil y por las propias instituciones públicas de Zaragoza corren en estos días (¿será también el influjo de la Navidad?) una empatía y un buen rollo que casi nunca habíamos percibido aquí. Que será nuestro gran momento, oye.