El próximo 1 de agosto se cumple un año de la firma de un acuerdo de gobernabilidad que permitió constituir un Ejecutivo para Aragón dos meses después de la celebración de las elecciones autonómicas. El resultado de las urnas volvió a configurar un escenario político complejo que obligaba a establecer atípicas alianzas. El acuerdo que se firmó tuvo mucho de extraordinario. Nunca antes en España se habían unido cuatro fuerzas, algunas antagónicas, para formar un Ejecutivo. Un año después, el año más complejo en décadas como consecuencia de una pandemia que mantiene en vilo al planeta, resulta difícil hacer balance del cumplimiento del pacto. Aquellas 123 medidas que se plasmaron en un documento hoy han quedado en un plano secundario ante la emergencia que obliga a rehacer y prácticamente a improvisar a diario la acción de Gobierno.

El antecedente más parecido de un pacto tan amplio se había dado en Baleares y Cataluña (comunidades herederas también de la tradición pactista de la Corona de Aragón y acostumbradas a la pluralidad ideológica) a principios de este siglo. Pero en esos casos las tres fuerzas que se aliaron procedían del mismo segmento ideológico: la izquierda. En Aragón, también tres partidos, PSOE, CHA y Podemos, compartían espectro político, aunque era la primera vez en las Cortes de Aragón que se ponían de acuerdo para tejer una alianza conjunta. Pero a este trío se le unía un socio muy cómodo para los socialistas, pero mucho menos para las otras dos fuerzas, con las que tradicionalmente les ha unido una especial antipatía y discrepancia.

Izquierda Unida, que en Aragón concurrió en solitario ante la dificultad de alcanzar la confluencia con Podemos, optó por mantener su coherencia ideológica y quedarse a un lado. Desde entonces, se ha erigido en una pieza de oposición leal al cuatripartito pero contundente también en su crítica, ocupando todo el espacio, aunque este es mínimo, a la oposición progresista al acuerdo. En la derecha, PP, Ciudadanos y Vox forman una oposición que, paradójicamente, está representada por menos partidos de los que están en el Gobierno. Algo que se ha notado en la actividad parlamentaria de las Cortes, que si bien ha sido abundante, confinamiento incluido, ha tenido escasa intensidad. Un paseo cómodo para un Ejecutivo que a falta de la presión fiscalizadora de una oposición aturdida y en pleno proceso de rearme, ha tenido que reestructurar su planificación ante el vendaval causado por el coronavirus.

Los presupuestos

Apenas nada del plan de gobierno, que contemplaba el cumplimento de alrededor de una veintena de iniciativas para este año, se ha podido llevar a cabo. Prácticamente se ha tenido que rehacer por completo ante las urgencias y dificultades sobrevenidas. Incluso ha afectado a la única ley de calado que logró aprobar antes de la pandemia y que supuso el primer examen serio para evaluar la salud y fortaleza de ese cuatripartito de alianzas extrañas: la de los presupuestos. La redacción de esa ley ya no sirve y está a la espera de ser rehecha completamente para dar respuesta a las necesidades que hace seis meses ni se podían imaginar y que ahora, en plena pandemia y ante los primeros y significativos síntomas de la crisis que ha provocado, obligan a establecer nuevas prioridades y a encontrar inexistentes fuentes de ingresos para atender los problemas que se derivan de ella.

Resulta difícil, por tanto, hacer un balance de la actividad ejecutiva de un Gobierno cuyas 123 medidas en las que se sustenta son una declaración de intenciones en la que pasaron de puntillas por aquellos asuntos espinosos que podía dar origen a la discrepancia. Si cuatro años antes las negociaciones para formar un gobierno entre el PSOE, Podemos y CHA se teatralizaron a petición de la formación morada, y no llegaron a buen puerto por las exigencias del partido de Pablo Iglesias, en esta ocasión se aprendió la lección y se hicieron como se han hecho siempre: sin luz y sin taquígrafos. Sin focos y con la preocupación de un Podemos que con unos resultados muy malos tenía la necesidad acuciante de entrar a formar gobierno. Y pronto se supo que, a pesar de las dificultades que podía entrañar un acuerdo a cuatro bandas en la que dos de sus lados se sustentaban en dos partidos tan distintos como Podemos y PAR, se iban a entender.

Todos tenían la justificación perfecta. Su particular susto o muerte. Cualquier descuido de estas cuatro formaciones supondría que la balanza se pudiera decantar del lado de la derecha. Y de la extrema derecha, puesto que Vox era una pieza imprescindible en el caso de que este cuatripartito no llegara a buen puerto. Eso facilitó las cosas, o al menos dio el mejor pretexto a todas las formaciones para explicar a su militancia la necesidad de llegar a este acuerdo, en el que el PSOE había mejorado sus resultados y podría haber buscado, de hecho lo intentó al principio aunque se encontró el portazo a las primeras de cambio, de Ciudadanos.

La comodidad del pacto

El aspirante a presidente, Javier Lambán, se habría mostrado más cómodo en un principio con un pacto con Ciudadanos. Un pacto que se intentó, pero la formación naranja seguía todavía en su estrategia que le había hecho abandonar el centro para escorarse a la derecha. Esa estrategia diseñada desde Madrid por Albert Rivera duramente castigada meses después en las elecciones generales. Hoy, con perspectiva, más de un líder naranja se arrepiente de aquel error estratégico. Poco podía imaginar Lambán, no obstante, que se iba a encontrar una predisposición tan favorable en sus actuales socios. De hecho, la coalición está perfectamente engrasada. Si hace unos años se decía que la coalición PSOE-PAR funcionaba por la sintonía perfecta entre sus cabezas visibles, Marcelino Iglesias y José Ángel Biel, ahora sucede lo mismo entre los cuatro miembros de los partidos que lo sustentan y que se sientan en el consejo de Gobierno: Javier Lambán, Arturo Aliaga, Maru Díaz y José Luis Soro.

Ni las diferencias que mantienen, cada vez más sobre el papel que de forma real, en materia hidrológica, fiscal o medioambiental han puesto en jaque en ningún momento la coalición. Cuatro partidos, cuatro voces, que son una sola. Ni Castanesa, ni la reforma del ICA o la depuración, ni la planificación de los impuestos ni el modelo económico sobre el que sustentar la actividad del Aragón del futuro han supuesto un lastre o un impedimento para un Gobierno coordinado que mantiene la sintonía.

Esta ha sido más que necesaria para lo que ha venido después. Además, esa misma sintonía la ha encontrado también el Ejecutivo autonómico en la propia oposición. Y también en los movimientos y los agentes sociales que apenas han incomodado al Ejecutivo. El saber si es mérito de este o demérito de los otros es una cuestión de percepciones y puntos de vista. Lo que está claro es que eso ha permitido al presidente ejercer un hiperliderazgo y difuminar tanto a la oposición como a las propias cabezas visibles de los otros partidos que forman Ejecutivo con él.

Incluso las dos pequeñas crisis del organigrama se han saldado con precisión quirúrgica y sin consecuencias. La primera, la elección por parte de Podemos de un director general de pasado independentista (que es lo peor que podía encontrar Lambán en uno de sus ejecutivos) y la dimisión reciente de la consejera de Sanidad. Paradójicamente, no por la gestión de una pandemia dificilísima de gestionar sino por una torpeza verbal (no ha sido la única que en política la ejerce) que le llevó a dimitir tras encontrarse con el férreo rechazo del sector de la sanidad.

También hubo otro cambio en la Dirección General de_Interior. Álvaro Burrell dimitió en diciembre para ocupar el escaño en las_Cortes que dejaba el diputado electo en el Congreso Alfredo Sancho y que permitió para encontrar acomodo a Carmen Sánchez, cesada como delegada del Gobierno de España, cargo que ocupó Pilar Alegría, que dejó el Ayuntamiento de Zaragoza a su vez. Un perfecto cambio de cromos y sillones que aún favoreció más el cierre de filas en torno al presidente aragonés y también dentro de su partido, del que es secretario general.

El presidente del Gobierno ha sabido llevarse bien incluso con sus adversarios. Hasta con un Vox cuyos tres representantes en las Cortes no dejan de ser una peligrosa anécdota sin que apenas tengan eco sus propuestas y cuya oposición pasa desapercibida. Poco que ver con sus representantes en Madrid. Su discurso reaccionario apenas tiene incidencia en la vida política autonómica. La habilidad de Lambán para sumar a la oposición a los grandes acuerdos, al igual que a los agentes políticos y sociales, le ha permitido aumentar ese liderazgo, alimentado también por sus frecuentes pero mitigadas objeciones al Gobierno central, del mismo color político pero con el que sigue manteniendo fuertes discrepancias indisimuladas. Asimismo, ha encontrado en el alcalde de Zaragoza, la institución más grande que gobierna el PP en Aragón, un destacado cómplice en los grandes proyectos que afectan a ambas administraciones. En esto, Aragón también es diferente.

Tras un año de un balance difuso por las circunstancias, al Ejecutivo actual le faltan por cumplir tres cuartas partes de su mandato. Sin duda, estarán marcadas profundamente por los retos que tiene ante sí y porque le tocará lidiar con una caída de la actividad económica y unas previsibles consecuencias en el empleo que obliga a adaptar las prioridades. Empezando por los presupuestos, pendientes de las transferencias especiales que provengan del Gobierno central y de las instituciones europeas. De momento, alrededor de 400 millones están comprometidos del fondo covid del Gobierno central y que el autonómico considera insuficiente. Habrá que esperar qué viene de Europa tras el reciente acuerdo que facilitará la llegada de 140.000 millones del fondo de recuperación para España. Su modo de reparto será con toda seguridad del desagrado de todas las comunidades beneficiarias.

De este modo, será el segundo año consecutivo en el que los miembros del Gobierno se quedan con las vacaciones reducidas a la mínima expresión, el Ejecutivo lleva un año funcionando pero, en la práctica y como consecuencia de la crisis provocada por la pandemia, vuelve a partir de cero.