El Ramadán es una práctica exigente, pero tiene sus recompensas. Un centenar de jóvenes zaragozanos se reunió ayer en un hotel céntrico para celebrar su segundo Mañoiftar, una adaptación local del momento en que se rompe el ayuno diario que congrega cada día en torno a una mesa a familias y amigos. La tradición manda que sea un dátil el primer alimento a ingerir, pero las opciones son para todos los gustos. «Lo importante es juntarnos para vivir estos días como en las zonas de tradición islámica», reconoce la presidenta de la Unión Juvenil Aljaferia, Yassmina Jaidar.

La decoración del hotel Príncipe recuerda a una cena de gala, pero la presencia de los veinteañeros aporta un ambiente de informalidad. La mayoría de las asistentes son chicas y no todas llevan el velo. «Es algo voluntario, sobre todo asociado a la práctica de la religión, que no hace falta en la vida cotidiana, aunque sería lo óptimo», señala alguna de la que opta por la cabeza despejada.

La cita es a las cinco de la tarde, aunque hasta pasadas las nueve de la noche no sonará la llamada a la oración que marcará el fin del ayuno. Hasta que llegue ese momento han preparado charlas sobre el islam así como juegos, concursos y un teatrillo. «Estamos ante una fiesta religiosa que marca darle especial importancia a la caridad», indica Jaidar.

Sin embargo, más allá de lo confesional, lo que prima en el Mañoiftar es la convivencia. La Unión Juvenil Aljafería decidió el año pasado poner en marcha esta actividad colectiva al comprobar que la mayoría de sus integrantes había nacido en España y que muchos de ellos no conocían el origen de su identidad. «Es muy especial lo que se siente en las calles de una ciudad en la que todo el mundo respeta el precepto del ayuno», indican. De esta forma consiguen socializar su fe sin reproches ni reparos.

La primera llamada a la oración se produce sobre las seis y media de la tarde. En ese momento, la música de Mishary Rashid Al Afasy que se escuchaba a través de YouTube deja de sonar. Primero las mujeres pasan al salón de al lado en el que se han preparado unas esteras. Entran descalzas y las que no llevan velo piden ayuda para colocarse un pañuelo sobre la cabeza. La decena de chicos entran poco después al rezo conjunto. Solo unas pocas se mantienen al margen, pues han acudido a la cita por motivos más sociales que religiosos. «Hay gente más creyente que nosotras, pero lo importante es que somos buenas personas», aseguran. Es parte del objetivo de la jornada y así se repetirá dentro de unas semanas cuando se unan de nuevo para celebrar el fin anual del Ramadán en el Luis Buñuel.

La conmemoración del fin del ayuno diario, el iftar, es una práctica comunitaria común entre los jóvenes de ciudades como Valencia o Madrid. En la capital aragonesa la conmemoración se inició el año pasado en un salón cultural de la comunidad musulmana de la ciudad. El éxito de la convocatoria les ha llevado a repetir la experiencia en un hotel. «La mayoría de la población es muy consciente de nuestra realidad», señala Jaidad. Nacida en Mallorca hace 21 años, ya lleva 14 en Zaragoza y confía en que el auge de la islamofobia se quede en un sarpullido puntual.

Bea, que prefiere no aportar su apellido, vive la jornada con un sentimiento especial. Tiene 26 años y se convirtió al islamismo hace dos por un tatuaje en árabe que se quería hacer. Cosas del destino. «Me atrapó completamente, es una religión cercana y natural. Empezó como una admiración y ha terminado como creencia», explica. Por respeto, solo usa el pañuelo durante los rezos.

En la escalera por la que se accede al salón del hotel unos globos dorados marcan el carácter festivo. Ramadan kareem, se puede leer. Algo así como feliz Ramadán. El menú trata de recrear las celebraciones familiares asociadas a estos días, pues el propio Profeta dijo: «Oh pueblo, difundid el saludo y distribuid los alimentos». Además de los dátiles y la leche tomarán sopa harira, bourek de carne picada o tajiné de carne caramelizada. Para terminar habrá té de menta. «Nos gusta compartir este momento con gente que no vemos habitualmente», indican Loubna El Azami y Soukaina Amadi, que no son de la asociación pero mantienen así el contacto con la comunidad, pues su círculo de amistades más cercano discurre también por otros derroteros.