El alcalde de Zaragoza, Jorge Azcón, afronta desde hoy un debate sobre el estado de la ciudad muy especial por muchas razones. El primero en 17 años con un regidor conservador abriendo fuego bien sujeto al bastón de mando municipal y con todas las miradas apuntando a lo que diga en la cita por excelencia de los conejos en la chistera. Tradicionalmente, el primero en una legislatura marca los proyectos de calado que se marca como estrella para una legislatura, pero en esta edición, muy marcada por la pandemia del coronavirus, su reto pasa por evidenciar que le queda algún reto en pie o si en su mente hay más ideas que afrontar la salida a una crisis de semejante envergadura. Lo que no proyecte hoy difícilmente lo podrá presupuestar mañana. Lo que no inicie en el 2021 difícilmente lo podrá inaugurar él antes de las elecciones del 2023.

Dicen que un mago de verdad no necesita de trucos, que si la magia existe, no es necesario esconderse cartas bajo la manga. Pues bien, llega la hora de evidenciar si hay más proyectos aparte de la reforma de La Romareda, que entró prometiendo que sería lo primero que haría al frente del consistorio y que, no solo ya no podrá cumplir la previsión de poner la primera piedra en la primavera del 2022 (esos eran los cálculos del equipo de gobierno en coalición con Cs), sino que año y medio después no hay ni proyecto que debatir, ni modificación de Plan General de Ordenación Urbana planteada ni una fórmula mágica de financiación que diera consistencia a los 70 millones o más que se pensaba gastar. Hablar de eso ahora, por cuestiones sanitarias, económicas y deportivas, sonaría a broma de mal gusto. Pero un alcalde que en esta cita no promete nada siempre sale vapuleado.

La ilusión no solo emana de las luces de Navidad, que en enero estarán ya desmontadas. La recuperación para la ciudad parte de las ideas de envergadura que impregnen con su sello propio el futuro a corto plazo de la ciudad, a dos años y medio solo. Y lo cierto es que, según ha podido saber este diario, el gran golpe de efecto podría centrarse nuevamente en asfalto y baldosas, un plan centrado en una renovación de la escena urbana que evita críticas pero da poco lustre a su apuesta política. Pues lo cierto es que hay pocas expectativas de que haya mucho más en su chistera hoy pero con Azcón todos saben que hasta el último minuto hay partido.

El conservador llega a la cita estrella del año con un difícil lastre propiciado por él mismo: unas finanzas muy mermadas por la caída de ingresos, por los gastos adicionales de la pandemia, por la inexistente ayuda económica del Gobierno central y autonómico y sin ni siquiera un presupuesto diseñado que, como hiciera el presidente aragonés, Javier Lambán, en el debate sobre la comunidad, acaparara toda la atención porque demostraba que la DGA, malo o bueno, tenía un plan para el año próximo. Pero cuando lleguen las vacunas, y parece que llegarán en pocos meses, el alcalde de Zaragoza se puede quedar compuesto y sin covid. Sin ningún proyecto de envergadura para lo que reste de mandato y con demasiado tiempo para vender ilusión antes de la próxima cita como esta.

Sin embargo, las lecturas en los próximos tres días (el consistorio estrena formato y deja para el viernes las propuestas de resolución a votar) son múltiples y no solo mide el estado de Zaragoza. Mide también el estado de la coalición con Cs, que agazapado en el urbanismo y la cultura al menos ya ha vendido sus golpes de efecto sin necesidad de pasar por la picota de la crítica. Al final del mandato estarán la prolongación de Tenor Fleta, la reforma de la plaza Salamero, la reconversión de Giesa, el reclamo de Goya... Y del lado del PP, con suerte se empezará a hacer algo en Pontoneros (lo gestiona Vivienda) y enderazará las cuentas municipal siguiendo en una escalada interminable las ayudas de urgencia, y más asfalto y más baldosas. Al final, ambos parecen más afanados en terminar lo que la izquierda no acometió.

El talón de Aquiles de la formación naranja es la participación, reducida a la mínima expresión y sin plan b para conectar con la opinión de los barrios, en teoría siempre el fin último de sus promesas de chistera.