Lo explicó muy bien el portavoz socialista, Javier Sada, cuando el martes salió a defender el discurso que acababa de pronunciar su jefe, Javier Lambán. Los debates sobre el estado de Aragón, vino a decir, siempre se abren con una intervención presidencial. Es irremediablemente tediosa (no usó ese adjetivo aunque cabía deducirlo) pero forma parte de la ceremonia. Hay que establecer un relato desde el Gobierno, para que luego la oposición y los aliados (ciertos o supuestos) repliquen, y se cumpla el ritual según las reglas de la liturgia parlamentaria aragonesa.

Tal cual. El reciente debate fue idéntico a cualquier otro de los últimos decenios. Se habló de lo mismo. Se procedió al recorrido habitual por todos los clichés de obligada referencia (infraestructuras, regadíos, despoblación, innovación, servicios públicos, logros, intenciones, cifras, datos...). Se usó ese lenguaje político-administrativo que la práctica totalidad de la ciudadanía no es capaz de descifrar. Y el día 4 se aprobarán, o no, resoluciones (siempre de acuerdo con las inercias previas de cada grupo), cuya materialización jamás llegará a producirse.

Ninguna novedad importante, ninguna propuesta estratégica que rompa la implacable rutina aragonesa. Canfranc, eje ferroviario Cantábrico-Mediterráneo, apoyo al porcino, unión de las estaciones de esquí, planes, proyectos... Beamonte, que se estrenaba como portavoz del PP, arremetió contra el actual Gobierno autónomo con un brío insólito para quien representa al partido que ejecutó recortes inmisericordes en los servicios públicos, amagó con privatizaciones en todos ellos y actuó con destructiva dejadez en la mayoría de los departamentos. Pero se cuidó de proponer cosa alguna que pudiera interesar a una opinión pública insensible a los aspavientos y refugiada en el escepticismo.

A su vez, Escartín, que se esforzó intentando comprometer al PSOE en un final de legislatura de talante progresista capaz de prolongarse más allá de mayo, llegó con sus cinco propuestas para los presupuestos de 2019. Bienintencionadas todas, vale. Pero ninguna de las cuales tiene carácter estratégico (una de ellas se refiere exclusivamente a los bomberos, benéfico y valiente Cuerpo que acapara la atención de Podemos-Aragón).

Lo más significativo, en medio del tedio habitual, fue ver a Lambán y al regionalista Aliaga tirarse los tejos en público, como dos viejos amantes que se separaron pero ansían recuperar la relación. El presidente también se expresó con discreta dulzura en su tiki-taka con la portavoz de Cs, Susana Gaspar, quien a su vez procuró cuidar las formas.

Más allá de mayo, todo queda abierto: opciones, programas, alianzas, acuerdos... El debate fue aburrido, pero entre bastidores saltaron chispas. El futuro inmediato, con su cita electoral, se presenta lleno de incógnitas.

Mala noticia: se va Patricia Luquin, que ya no volverá a ser candidata. Y con ella quedará aún más difuminado el papel de las izquierdas en unas Cortes que parecen ser un antídoto contra la originalidad, la creatividad y la audacia política.

Aragón sigue sin saber qué hacer con un futuro que se presenta incierto. Ni quienes gobiernan las instituciones ni las élites económicas tienen las cosas claras. Unos solo aspiran a seguir en el trono como sea; otros, los amos de mi tierra, siguen soñando con pelotazos (inmobiliarios) cada vez más improbables.

Y ZeC, como siempre, patinando. ¡Sin rueditas ni hielo!