2,1. He aquí la clave de la cuestión, la piedra filosofal de la encrucijada económica. Nunca un dato ha cobrado tanta importancia. Sobre esta cifra pivota el futuro (y no tan futuro) equilibrio de nuestras cuentas públicas. Un dato, sólo un dato basta para dar con la tecla de la solución a nuestros males. Anótenlo bien: ese 2,1 resulta vital para mantener la solidez del futuro social y económico de Europa. No estoy hablando del valor de la ratio entre deuda y PIB ni de productividad o innovación, sino del número medio de hijos por mujer.

Solo este objetivo garantiza un reemplazo generacional equilibrado. En el epicentro de esta tormenta demográfica, España figura entre los países con menor tasa de fecundidad del mundo. Con una media de 1,3 hijos por mujer, estamos lejos de poder garantizar la tasa de reposición. El constante aumento de la edad media de la primera maternidad, que ya se sitúa en 32,1 años, se justifica por el retraso en la edad de emancipación de los jóvenes, la dificultad para formar uniones estables y la inseguridad laboral, que hace que muchas parejas en edad de procrear no lo hagan por la incertidumbre en la que viven. No hay duda de la estrecha relación que existe entre economía y demografía. Si la tasa de fertilidad permanece significativamente por debajo del umbral del 2,1, el coste del aumento de la longevidad (en términos de seguridad social y de salud pública) se vuelve cada vez menos sostenible, puesto que la baja natalidad erosiona la columna vertebral de la población activa, debilitando así la capacidad del país para producir riqueza y bienestar. Y el futuro no alienta la esperanza: la situación demográfica se agravará en los próximos años.

Las generaciones del baby boom llegarán a edades avanzadas y aumentará la mortalidad, mientras que la franja de mujeres en edad de procrear descenderá por la caída de natalidad de los años ochenta. Habrá que facilitar (y mucho) la maternidad si se quiere que esas mujeres tengan hijos. Hay experiencia suficiente en otros países como para aquilatar el cóctel de medidas a aplicar: generosos permisos de paternidad y maternidad, guarderías suficientes y asequibles, escolarización universal temprana, conciliación laboral y familiar, empleo estable y protección laboral. Debemos situar la crisis demográfica entre las prioridades más relevantes a abordar.