El concepto de pobreza energética surgió hace dos décadas en el norte de Europa, donde lo usaban para definir la situación de los hogares que tenían que invertir más del 10% de sus ingresos en pagar la luz, el agua o el gas. Considerando esto, habría que acuñar otro nombre para casos como el de Loli Blasco, una zaragozana que ha llegado a pagar 160 euros con una pensión de invalidez de 393 euros. Es lo único que entra en la casa que comparte con su hijo.

"Yo he dejado de pagar la hipoteca para pagar la luz", admite. "Ya le digo al del banco que cuando cobre la extra --que incluye su prestación--, le pagaré lo que pueda", explica. La mujer, de 59 años, lleva cuatro en paro, tras décadas trabajando como peluquera y limpiadora. Y su hijo apenas ha conseguido dos contratos de un mes en el mismo periodo.

"No puedo pagar la luz, pero tampoco la leche", explica con naturalidad. Y las ayudas tampoco le han dado mucho resultado. "Las asistentes sociales me dijeron que el ayuntamiento daba. Pero me dijeron que tenía que pagarla yo primero. Pedí prestado, y cuando me lo pasaron, lo devolví. Pero me dijeron que eso solo lo podía hacer un mes", explica.

Así que este verano le cortaron cuatro días el suministro, hasta que pudo reunir el dinero. "Yo estaba en casa con la pierna enyesada. Me dijeron que me habían mandado cartas, pero a mi no me llegó ningún aviso", asegura. Loli afirma que en su casa no se malgasta nada. "Gastamos lo mínimo de luz, ahora en invierno no ponemos ni la calefacción. Y como yo, en el barrio hay mucha gente", añade.

Ella echa mano de quien puede, sin familia en la ciudad. Recurre a menudo a la Asociación de Vecinos Puente de Santiago del Actur, que le ayuda en la medida de lo posible. "Antes no decía nada de esto porque me daba vergüenza, pero ya no. Pero a Cáritas llega un momento en que te da apuro ir, porque no sabes si hay gente que lo necesitará más que tú", apunta.

La situación de Loli no es ni mucho menos única, según explica Cristina García, secretaria general de Cáritas Diocesana en Zaragoza. La entidad confirma que las ayudas en este ámbito han crecido este año, aunque para ellos no tanto como recoge el informe del Gobierno. El año pasado desembolsaron 144.501 euros, y este, hasta octubre, ya superan la cifra con 186.178.

Lo que ven sus voluntarios son casos "en los que la austeridad roza lo indigno", según la secretaria general. Como el de Loli, que pasa el invierno sin calefacción. "En otros casos la gente tiene la instalación y el servicio contratado, pero para no gastar cierra el gas y compran estufas de butano, e incluso dejan de cocinar alimentos que requieran mucho tiempo de cocción", afirma. En casos aislados también han vuelto a la madera, "pero donde hay chimenea, no es que la gente haga hogueras en casa", aclara.

El problema que han encontrado hasta ahora es que las ayudas municipales, en Zaragoza, requerían el pago previo del interesado. "Nosotros les acabábamos por dar las ayudas en otro concepto, como alimentos, para que pudieran destinar el dinero a la factura".