En el entorno de los debates presupuestarios hemos visto cómo la democracia representativa (voto delegado) y la democracia directa (voto directo) mantenían una curiosa e interesante pugna desde el punto de vista teórico.

Renovado impulsor de la democracia directa es Podemos, con Izquierda Unida. Ya este último partido, cuando todavía era independiente (¿ahora no lo es, sí, no?) sometió a sus bases la toma de decisión final de los últimos presupuestos del entonces alcalde zaragozano Juan Alberto Belloch. Unos pocos cientos de ciudadanos, afiliados al partido de Cayo Lara, decidieron el presupuesto público afecto a las seiscientas cincuenta mil personas residentes en la capital del Ebro.

Algo parecido acaba de suceder con los presupuestos del Gobierno aragonés, presidido por Javier Lambán, que han sido objeto de largos debates por parte de socialistas y podemistas, para concluir estos últimos, con cinco meses de retraso, sometiéndolos a su militancia. Unos pocos miles de votos han vuelto a decidir las cuentas públicas afectas a más de un millón de aragoneses.

¿Democracia, transparencia, o inoportunidad?

Según se mire, desde luego, pero no cabe duda que el proceso asambleario de Podemos, de observarse en todo debate o ley que entiendan fundamental, demorará la tramitación de las mismas. Se supone que los diputados de Podemos, como los de otras formaciones, tienen mandato y capacidad, preparación y representatividad para decidir por sí mismos, como grupo parlamentario que son en las Cortes aragonesas, si apoyan o no las cuentas públicas. Otra cosa es que Pablo Echenique, al decidir apoyar al PSOE, contradiciéndose con lo dicho en los últimos meses, haya querido guardarse las espaldas buscando el apoyo de sus bases, que finalmente ha obtenido, pero no por unanimidad, poniéndose de manifiesto asimismo que en Podemos hay ya un considerable porcentaje que discrepa de sus líderes, seguramente considerando que la vida parlamentaria aburguesará a sus bien remunerados representantes y los ablandará, alejándolos de las barricadas de los indignados y convirtiéndolos en lo que ellos llamaban casta o statu quo.

Democracia directa y/o democracia representativa no son usos ni términos incompatibles, pero hay que pautarlos.