El debate sobre la necesidad de incrementar la natalidad corre paralelo a la preocupación que suscita el futuro de las pensiones. La combinación de pocos nacimientos y mayor esperanza de vida incide en la forma de la estructura de la población, que en los últimos decenios ha tendido a incrementar la parte superior en perjuicio de la base.

«El hecho de que la población de Europa se contraiga no es ni bueno ni malo, en principio, pero hay que tener en cuenta lo que esto supone para las futuras generaciones», explica Vicente Pinilla, director del Centro de Estudios sobre la Despoblación y el Desarrollo de las Áreas Rurales (Ceddar).

Ahora, dice, Europa apenas crece, de forma que para asegurar las pensiones no quedan más que dos fórmulas. El aumento continuo de la eficiencia y la productividad de las personas en activo o la aplicación de políticas que faciliten la llegada al continente de inmigrantes que cubran los puestos vacíos.

El problema se agranda a ojos vista en la actualidad, cuando han empezado a jubilarse masivamente los miembros de la generación de baby boomers, los nacidos entre 1946 y 1967, en la época de prosperidad que siguió al término de la II Guerra Mundial.

Esta masa de jubilados, con carreras profesionales más estables y con derecho a pensiones elevadas, ejercerán una fuerte tensión sobre los recursos económicos de los países occidentales, con la agravante, por así decirlo, de que al prolongarse el tiempo vital de las personas el periodo de cobro se extenderá correlativamente.

La esperanza de vida por encima de los 65 años, edad de la jubilación, se sitúa ahora en Aragón en los 86,2 años para las mujeres y en los 80,6 para los hombres. Se trata de cifras muy parecidas a las del resto de España.

La peculiaridad de Aragón en lo que respecta al estancamiento y declive demográfico, apunta Vicente Pinilla, es que la baja natalidad de las zonas urbanas se agudiza en las áreas rurales por el cada vez más reducido número de mujeres en edad fértil.

Cruzando ambos datos, alta longevidad y baja natalidad, el panorama es poco halagüeño, siempre y cuando se mantengan las tendencias actuales. Así, se ha calculado que en el 2050 habrá hasta 70 personas mayores de 65 años por cada cien activos en el mercado laboral.

Otro factor de preocupación es la tasa de natalidad, que en España es del 1,26 y en Aragón del 1,32, lo que nos sitúa a la cola de la OCDE con cinco bebés por cada cuatro mujeres y muy lejos de la tasa que garantizaría el relevo generacional, situada en 2,1 nacimientos por mujer. Eso significa que los pocos bebés que están naciendo en la actualidad serán los encargados de pagar las pensiones de un número siempre creciente de personas a partir de mediados del siglo XXI.

En este contexto, la reforma de las pensiones se ha convertido en el caballo de batalla en los países más envejecidos, e incluso en Francia, donde se ha conseguido llegar a 1,9 hijos por mujer. Ahí entran en juego dos herramientas, desde las políticas favorecedoras de la inmigración al incremento de la natalidad. «Para que nazcan más niños y niñas existen dos modelos, el escandinavo y el francés», apunta Vicente Pinilla. En Escandinavia, se apuesta por medidas sociales que ayudan a conciliar la vida personal con la laboral y existe una gran red de guarderías públicas. En el país galo, por otro lado, el Estado concede sustanciosas subvenciones, un modelo que, según Pinilla, resulta «relativamente exitoso».

Una combinación de ambos podría ser un remedio, para Aragón y para España, pero ¿habrá recursos para hacerlo?