El protocolo que se firmó ayer con el Gobierno central, aunque sujeto en parte a una decisión de terceros (o sea del BIE, que ha de adjudicar la Expo) puede ser calificado de histórico. Y es tan extraordinario, alucinante e inédito, que en habiéndolo suscrito cabe perdonarle a la vice Fernández de la Vega esa humorada suya de dar por bueno que la Constitución europea sea publicitada en un programa de telemierda. Como si no hubiera pasado nada, señora mía.

Porque es preciso reparar que por vez primera en no sé cuantos decenios, los grandes jefes de Madrid , al comprometerse financieramente con la Expo y el 2008, nos conceden una merced a la medida de Zaragoza y Aragón. Yo desde luego no había visto cosa semejante desde que me dedico a observar lo que pasa (y son treinta añitos de nada).

Hasta ahora, más bien tarde, mal y con exagerados aspavientos, la Administración central sólo había tenido a bien pagarnos la autovía o la circunvalación de rigor cuando tales virguerías eran ya de uso común en el resto de España. El túnel por Somport no deja de ser un paso fronterizo más y el AVE, la consecuencia de que Zaragoza está entre Madrid y Barcelona. Pantanos, tuberías, trenes o aeropuertos han ido llegando a trancas y barrancas; casi siempre a muy pequeñas dosis y en todo caso como parte de planes generales de infraestructuras que repartían inversiones por doquier. Así se ha ido generando ese magnífico déficit de capital público que arrastramos desde los tiempos del cuplé. Pero ahora no. Esto de la Expo es un tema particular, exclusivo... para nosotros solitos. Como el 92 fue para Barcelona y Sevilla y las prebendas del aznarato se han ido a Valencia o a Cádiz.

Por eso me ha emocionado tanto la firma del protocolo. Los cinturones, el aeropuerto, las cercanías, las riberas... ¡y el 70% del montaje expositivo! Las piernas me tiemblan de pensarlo. ¿Será verdad tanta munificencia?

(Continuará)