La tercera oleada de la pandemia aterrizó en el centro penitenciario de Teruel en forma de tsunami. Trabajadores de todas las áreas tuvimos que reinventarnos sobre la marcha mientras el número de internos contagiados ascendía a velocidades vertiginosas, y admitámoslo, no estábamos preparados para ello.

Confinar una prisión no es tarea fácil, y menos, cuando no se tienen instrucciones claras para ello y cada uno va haciendo lo que buenamente considera más oportuno. ¿Cómo y dónde separamos internos positivos de negativos? ¿Qué régimen de vida podemos aplicar a cada uno de ellos? ¿Cómo nos las apañamos para poder garantizar los servicios básicos y al menos una llamada al día a cada interno siendo el número de internos sanos tan reducido? Estas y otro sinfín de preguntas colean todavía entre rastrillos. Resultando más lamentable aún la situación al considerar que dos semanas después de haber estallado el brote seguimos sin tener respuestas claras.

Seguramente la Administración alegará que tenemos «la suerte» de tener a nuestra disposición las dependencias que todavía no han sido inauguradas «oficialmente» para el aislamiento sanitario de los internos. Cierto es que han jugado un papel fundamental en las fases previas de la pandemia al albergar en régimen de confinamiento sanitario a aquellos internos que disfrutaban de permisos, comunicaban con sus familias o a los nuevos ingresos. Sí, porque a pesar de que los ciudadanos de Teruel hayan visto limitados sus derechos de movilidad geográfica a casi todos los efectos, los derechos de los internos en estas áreas han prevalecido sobre el más sagrado de la preservación de la salud de internos, trabajadores y sus familias, a pesar de las reiteradas peticiones de que se cerraran las prisiones a cal y canto, como se ha hecho en casi todo tipo de instituciones totales como residencias de ancianos, psiquiátricos y hospitales en todo el territorio español.

La situación es todavía más grave si consideramos que las nuevas zonas han sido habilitadas contando no con el mismo número de trabajadores, sino con menos, aquellos que todavía se encuentran sanos o se han librado de confinamiento por contacto estrecho con otras personas enfermas por coronavirus.

Las PCR anunciadas

Y es en medio del caos, cuando la Administración saca pecho y anuncia que se van a realizar de manera inmediata 80 PCR a distintos empleados del centro de un total aproximado de 126, noticia que repite en varias jornadas en los diferentes medios de comunicación. La realidad es que dicha inmediatez brilló por su ausencia, pues comenzó ocho días más tarde que el brote inicial y que todavía se prevé que al final de esta semana se acabaran de realizar las pruebas, quince días más tarde del primer aviso fuerte del coronavirus en la prisión de Teruel. En el entre tanto, algunos compañeros con sintomatología clara a los que no les tocaba el turno de la prueba tuvieron que buscar otros medios para, lamentablemente, confirmar que efectivamente estaban enfermos de covid.

La misma rapidez demostrada en la realización de las pruebas se aplicó en la solicitud de intervención del Ejército para la desinfección del centro. Tuvimos que esperar una semana, y sobrepasar la cifra de 100 internos enfermos de covid, para que dicha petición se llevara a cabo y su ejecución fuera efectiva a los once días del estallido del brote. La pregunta que nos ronda ahora la cabeza es: ¿cómo efectuaremos la desinfección diaria si los trabajadores vamos sobrecargados de trabajo y el número de internos por ahora sanos es tan reducido?

Permítanme aclarar que no, no, la prisión de Teruel no ha caído en el colapso. Afortunadamente, tiene una plantilla altamente competente, como ya ha demostrado en numerosas ocasiones, capaz de seguir trabajando mientras durante cuatro años se derribó la antigua prisión y se construyó la nueva, sin apenas reducir el número de internos durante todo ese tiempo, y como continuamente demuestra en las distintas circunstancias que se dan en el día a día dentro de los muros.

Carga de trabajo

No es la carga de trabajo lo que nos desborda, sino el ninguneo al que estamos siendo sometidos desde tiempos inmemorables y que en esta situación tan crítica se ha visto engrandecido. Dejadez en sus funciones por parte de los irresponsables, perdón, responsables de Instituciones Penitenciarias, quienes a pesar de haber tenido sobre la mesa y desde hace meses diferentes propuestas de prevención, entre las que se incluía el blindaje total de las prisiones, han hecho caso omiso hasta que le han visto las orejas al lobo.

Los resultados de esta gestión han tenido un coste muy elevado, 138 internos y 15 trabajadores enfermos detectados por el momento en esta fase. Quizás para la Administración simplemente signifique un miniescándalo pasajero disfrazado de «circunstancias atribuidas a la pandemia», pero las cifras hablan por sí mismas. Para nosotros ha significado, no solo una sobrecarga de trabajo descomunal muy poco reconocida sino, además, una absoluta tristeza cada vez que conocemos que otro compañero ha caído enfermo (y ya van más de 25 desde marzo). Para nosotros, no son datos estadísticos, son personas que han perdido su salud y gran parte de su libertad. Tanto las propias, como las de su entorno inmediato.

Finalmente, me gustaría hacer un apunte para tranquilizar a las familias de los internos, afortunadamente hasta la fecha no hay ninguno de ellos con sintomatología grave. Eso sí, muchos de ellos han tenido que mudarse a otras celdas (su vivienda) y apenas tienen tiempo para llamar por teléfono ni, por supuesto, pasear por el patio (su plaza pública). Son los efectos secundarios de esta pesadilla que estamos viviendo.

Pero, señor Ortiz, no se preocupe, la prisión de Teruel no ha caído en el colapso gracias a la profesionalidad de todos sus trabajadores. Usted puede tranquilamente continuar mirando hacia otro lado, el mismo al que mira su jefe inmediato, el señor Marlaska. Eso sí, agradeceríamos que pusieran de inmediato todos los medios necesarios para que este infierno no se repita en ninguna otra prisión española.

Saludos cordiales, de una funcionaria desbordada, cabreada y triste, muy triste.