A falta de temas de mayor cuajo, el argumentario político de nuestros días se está llenando de abstracciones muy abstractas y detalles muy pijoteros. En la campaña de las europeas, Mayor Oreja está triste, Borrell exhibe buena forma física dando saltos en el escenario, Izquierda Unida escenifica el Salvad a Willy apelando al voto progre-progre (sin aditivos ni colorantes)... y todos discursean sobre temas como muy generales (europeismo, atlantismo, talante, debilidad, etcétera) salvo los nacionalistas, que sólo hablan de su pueblo como si la UE tuviese poco con sus veinticinco naciones-estado y hubiera de asumir las ansias de identidad de tropecientos territorios obviamente históricos.

Pero es en el detalle donde radica la salsa de estos días de debate sí, debate no. La medalla de Bono, por ejemplo, ha dado un juego fabuloso. Yo al principio no caí en el interés del tema. A mí las horteradas particulares que perpetre el ministro ya no me producen ni frío ni calor. El es así, y además lo que interesaba de este señor es que trajese a las tropas de Irak, lo cual hizo con solvencia y prontitud. Pero ya ven el éxito que ha tenido el triquitraque de la medalla (me la pongo, me la quito).

Las selecciones deportivas autonómicas, otra que tal. A las personas humanas (o sea, normales), el asunto podría parecerles una bagatela, pues qué mas da si los periféricos quieren jugar ellos solitos al fútbol contra Brasil. Pero, ¡ostras!, ha resultado que ese detalle es esencial para la unidad de España.

Podemos pasar de soslayo por la regularización de los inmigrantes, la protección del medio ambiente o el contenido social de la Constitución Europea, e incluso cabe que juguemos al pim-pam-pum con la legislación en materia educativa. Mas no podemos perdernos los detallitos, hijos míos: los dichos de Belloch sobre Huesca, el lugar donde haya de veranear Zapatero, la foto de la madre de Letizia en traje de baño... Ahí está el meollo. Casi nada.