Emilio Gomáriz García fue un diputado de las Cortes de Aragón que en la III legislatura -estamos en la IX- abandonó el grupo parlamentario del PP y se pasó al Mixto, desde donde el 15 de septiembre de 1993 facilitó con su voto el triunfo de una moción de censura presentada por el PSOE contra el presidente Emilio Eiroa, del PAR. Aquella maniobra aupó al sillón presidencial de la Diputación General de Aragón al líder de los socialistas aragoneses, José Marco Berges, quien había ganado los comicios autonómicos de mayo de 1991 pero sin mayoría absoluta. Sus 30 escaños no fueron suficientes ante la suma PAR-PP, que con 17 cada uno formaron un Gobierno de coalición encabezado por el regionalista Eiroa. La cuarta y última fuerza en el parlamento aragonés era entonces Izquierda Unida, con tres escaños, que también apoyaría la moción de censura.

Tras el paso por las urnas, Pepe Marco encajó el golpe como pudo y en pocas horas se rehizo para lanzar un vaticinio que ora sonó a maldición bíblica ora a chusca soflama de Sancho Panza camino de la ínsula Barataria: «Gobernaré, ahora o dentro de seis meses». Le costó dos años y medio, pero gobernó. Gomáriz lo permitió.

Ha pasado un cuarto de siglo y lo anterior no es sino una exposición sucinta que lo mismo sirve para refrescar la memoria de quienes vivieron el momento que para hacer saber a las nuevas generaciones los puntos cardinales de una etapa de ignominia que tuvo su punto culminante en lo que ha pasado a la historia con el nombre de Gomarcazo.

Gomáriz y Marco, Marco y Gomáriz, no son sino los rostros principales de una época en la que Aragón tocó fondo eminentemente por una sencilla razón: por la incapacidad de la mayoría de sus representantes públicos. 25 años después, ya no ha lugar a los pequeños detalles que tan importantes fueron en su día, pero en un plano general hay que destacar que las indisimuladas ansias de poder, los intereses ocultos y las luchas intestinas de los partidos (no faltaron coacciones, espionajes y amenazas) y las presiones aquí y allá de los núcleos económico y empresarial (sirva como datos paralelos que al frente de Ibercaja estaba José Luis Martínez Candial, y de GM, en Figueruelas, el argentino Ángel Perversi) llevaron a poner contra las cuerdas el futuro institucional de Aragón.

El PP, pese a formar coalición de gobierno, estaba loco por fagocitar al PAR, partido que hasta entonces había sabido canalizar los impulsos autonomistas y que desde el golpe de mano de Marco ya no ha vuelto a ser hegemónico. Dentro del propio PP, las distintas familias andaban a la gresca. Los José Ignacio Senao, Ángel Cristóbal Montes y Rodolfo Aínsa por un lado, y los Santiago Lanzuela y otros aznaristas de toda la vida por otro.

En el PSOE, mientras, aún nadie ha acertado a explicar el fenómeno poltergeist que llevó a Marco de ser alcalde independiente de Pedrola (1979) a la gran silla del socialismo aragonés a principios de los 90 pasando por encima de vacas sagradas como Luis García-Nieto, Antonio González Triviño o José Félix Sáenz Lorenzo y sus respectivas cohortes.

Desde una perspectiva benévola, se podría señalar que, al margen de colores y banderas, el propio concepto de comunidad autónoma les vino grande a (casi) todos. Desde una vertiente más categórica, se podría añadir que se olvidaron del pueblo hasta el punto de bailar un zapateao (por no decir que llegaron a escupir) en un suelo sagrado de la democracia: las Cortes de Aragón.

Gomáriz se morirá (sigue vivo, aunque escondido de los focos, al menos de este diario) sin haberse quitado de encima el estigma de tránsfuga y la sospecha generalizada de que percibió una importante cantidad de dinero en forma de soborno por regalar su voto a los socialistas. Las suspicacias que se dispararon desde su fuga al grupo Mixto en noviembre del 92 se multiplicarían muchos años después, cuando en julio de 1999 se supo que había perdido 32 millones de pesetas (192.300 euros) en un chiringuito financiero llamado Investahorro.

Aquella legislatura estuvo marcada por un insoportable hedor desde el minuto uno. Sirva como ejemplo que apenas habían pasado ¡15 días! de los comicios cuando el dirigente popular Ricardo Doñate denunció públicamente presuntas ofertas «profesionales y no profesionales» que Marco había hecho a dos diputados del PP. Añádase que el presidente ni siquiera llegó al final del ciclo político, obligado a dimitir por los jefes de Madrid tras protagonizar asuntos muy turbios que terminaron en los juzgados, como las escuchas ilegales o la toma de posesión -literal- de un sillón que no era suyo y que acabó en su casa.

Ya se sabe que las efemérides son caprichosas. Hay años que pasan de largo como si nada y otros que se quedan a pasar todo el día. Sirva la de hoy, sábado, por ser número redondo, para celebrar la era de estabilidad que ahora vivimos (cuando no se puede ir a peor, solo queda mejorar), incitar el recuerdo de muchos y, por qué no, remover la conciencia de no pocos. Si es que aún la conservan.