En el Ayuntamiento de Zaragoza ha pasado lo que pocos imaginaban a principios de la legislatura: que la derecha y la izquierda irían de la mano y que el Gobierno del cambio, del diálogo y de la transparencia pecaría de todo lo contrario y acabaría gobernando una ciudad en soledad y sin posibilidades de cambio.

El golpe de mano que Pedro Santisteve dio en las sociedades el 9 de febrero, expulsando a la oposición, ha marcado un hito histórico, y no solo porque le convirtió en el primer alcalde reprobado de la ciudad, sino porque no supo medir la importancia que tenía tener en su contra a PSOE y CHA.

ZeC llegó a la alcaldía con ganas, ilusión y propuestas que crearon esperanzas pero sin tener en cuenta que con nueve concejales podía hacer más bien poco. No ha sabido manejar a un PSOE que no tenía ninguna intención de ponerle las cosas fáciles y que ha ido endureciendo su discurso al que se unió CHA tras ser expulsada de las sociedades.

La legislatura comenzó con mal pie y sin un acuerdo de gobernabilidad ni un proyecto de ciudad definido y en seis meses poco puede hacer para evitar que acabe mal. Aunque ZeC ha tratado de vender de manera negativa la unión de la oposición atacando a la izquierda de pactar con la derecha, solo ha conseguido -con la indudable ayuda del resto de formaciones- que los avances en la ciudad, que también los hay, hayan quedado reducidos a migajas entre tanto enemigo, ruido y crítica. El Mercado Central, la Imprenta Blasco, las mejoras en los derechos sociales, el impulso de la movilidad sostenible y eléctrica... han quedado en un segundo plano por culpa de una corporación que se ha visto más cómoda atacando que gobernando para los zaragozanos.