Chufletes, sí señor. Yo me sé una versión más cachonda y sicalíptica de este dicho popular, pero me la callo ahora por si me leen en horario infantil. Lo que pretendo es glosar el hecho indudable de que Zaragoza va a disfrutar por vez primera de una inversión pública enooorme, lo cual garantiza de entrada bastantes cosas.

¿Sabremos aprovechar esta oportunidad?, se preguntan los bienintencionados. Seguro que sí, les contesto. Porque hay dinero, panoja, guita, parné, monises... la sal de la vida, queridos. Hasta ahora no lo había y, claro, todo eran penurias, problemas y mala leche. Veíamos a Barcelona, a Sevilla, a Bilbao, a Valencia... y nos poníamos verdes de envidia. Con motivo. Ahora nos toca la vez. Nos vamos a volver más listos, más guapos y más altos. A la postre, ¿saben ustedes qué diferencia hay entre la reconstrucción del Liceo de la capital catalana y la frustrada rehabilitación de nuestro Teatro Fleta? Fácil: decenas y decenas de millones de euros extra, con los cuales nuestros queridos vecinos resolvieron las filtraciones en el subsuelo y otros problemillas.

Algunos tenemos dudas razonables sobre el mayor o menor acierto de quienes hagan el diseño definitivo de la Expo a la hora de compaginar tres ingredientes básicos: un buen tratamiento del medio ambiente, una oferta atractiva para el visitante y unas transformaciones urbanas que mejoren para el futuro la calidad de vida de los zaragozanos. Pero incluso en el peor de los casos el dinero permitirá que muchas cosas queden bonitas y que la mayor parte del vecindario se sienta satisfecho.

Salvo catástrofe, claro. Si dejan a los barandas locales (a los más glotones, digo) que se cocinen tan sabroso plato al estilo tradicional, el dinero podría acabar siendo un problema en vez de una solución. Pero, según creo, Rodríguez Zapatero (el único presidente del Gobierno que ha sabido cumplir con Aragón) ha dicho que ojito, que la Expo ha de ser un éxito sonado. Y quien manda, manda.