Elisa Garrido nació en Magallón en 1909, y se fue a trabajar como sirvienta a Barcelona, donde conoció al que luego sería su marido y se enroló en la CNT. Con ella partió como miliciana a combatir en el frente de Aragón, desde donde tuvo que exiliarse a Francia. Pero solo era el primer capítulo de su azarosa vida, reconstruida por los memorialistas.

En el país galo siguió ayudando a los exiliados con la CNT, y luego también a la resistencia contra la invasión nazi, ya en los Alpes, donde se la conocía como la mañica y se ganó su alias de Françoise.

En 1943 fue capturada por la Gestapo en Toulouse, y torturada en la cárcel sin que los nazis lograsen que traicionara a su organización. Al año siguiente, tras pasar por la cárcel parisina, fue trasladada al campo de concentración de Ravensbrük, y de allí a otro en Leipzig, asociado a un campo de trabajo de fabricación de obuses. Le hacían desmontarlos, e iba reservando pólvora hasta que reunió la suficiente como para hacer volar la línea de trabajo. Ella no lo contó, pero sí lo admitió a otras prisioneras, lo que permitió reconstruir esta notable hazaña.

Finalmente formó parte de un canje de prisioneros en el que, no sin más avatares (su transporte fue ametrallado) y peregrinajes por Europa, terminó volviendo a Francia y se reunió con su marido. En los años 50 volvieron a España e intentaron establecerse en Mallén, pero no tuvieron suerte y volvieron a Francia, donde fue reconocida como heroína.

Hasta su muerte a finales de los 80, le quedó una gran fuerza y dignidad y una tirria por los coches alemanes, a los que no podía evitar insultar si veía, como recordaba una sobrina francesa en una emotiva carta leída ayer.