Llegó el Domingo de Ramos y, a pesar del sol radiante, no hubo procesiones por las calles de la capital aragonesa. El coronavirus volvió a dejar los pasos y titulares de las 26 cofradías y hermandades que conforman la Semana Santa de Zaragoza, declarada de Bien de Interés Turístico Internacional, en el interior de los templos. Segundo año con el mismo nubarrón, aunque ni los cofrades ni los devotos de las diferentes advocaciones marianas y cristíferas de la capital se quedaron en casa. Todo lo contrario, hasta el punto de que se llegaron a ver largas filas en las que se guardaban las necesarias distancias y aforos completos.

La Borriquita, expuesta en la iglesia del Sagrado Corazón, volvió a ser un imán para los más pequeños con sus palmas rizadas en las manos llenas de caramelos y chocolate. Unos dulces que sirvieron para hacer más corta la espera a acceder al templo. Y dentro pasó lo mismo que cada Domingo de Ramos se ve durante la procesión: niños gritando: "Mamá, Jesús va en un burro"; mientras mueven sus palmas a modo de saludo. Pero no es con la única figura con la que los de menor edad interactuaron con el paso de La Entrada, ya que a muchos les hace especial gracia el niño que va en brazos de su madre y que, al igual que ellos, lleva una palma en las manos. «Se las ha debido comer todas», le dijo Pepe, de tan solo 5 años a su padre que no podía evitar reírse mientras le acarició el pelo.

Frente a este paso, El Descendimiento exhibió el que da nombre a la cofradía jesuita. La sinuosidad de su forma que recuerda a Rubens acaparó muchos flashes.

Por un momento parecía que Zaragoza tenía el museo pasionista que ansía y que no acaba de germinar. Muestra de ello es que para seguir viendo los pasos que conforman la Semana Santa hubo que hacer una especie de vía crucis.

Cerca de allí, otra de las hermandades del Domingo de Ramos, La Humildad, expuso a sus titulares, aunque no en los pasos que cargan los costaleros. Estaban juntos, algo muy excepcional. La mayordomía montó un altar de cultos en el que la Virgen del Dulce Nombre y Jesús de la Humildad estaban rodeados de candelería y de un cuidado exorno floral. La imagen mariana titular de esta cofradía estrenó para la ocasión un manto de tisú verde. Todo detalle estaba pensando, incluso el gel hidroalcohólico de la entrada, puesto que olía a azahar e incienso que combinaba con las resinas que la cofradía quemó tanto en el exterior como en el interior del convento de Las Agustinas en el barrio de La Magdalena.

La siguiente estación también estaba cerca, en San Miguel de los Navarros. El Nazareno y sus guardias de honor ante el paso atrajeron a muchos zaragozanos, ya que esta talla del siglo XVI tiene una importante veneración entre los zaragozanos.

A las paradas en los templos se unieron los descansos para tomar refrigerios en los bares cercanos. Una estampa que se repite cada Domingo de Ramos en las esperas de las procesiones. Muestra de ello era la iglesia de San Felipe que, al igual que la del Sagrado Corazón, se convirtió en un mini museo. Allí estaba La Humillación, El Ecce Homo, La Coronación de Espinas y una invitada especial: La Piedad con su característico monte de claveles rosas. Su hechura realizada por Palao cumple 150 años y, como al Descendimiento y La Entrada, el portazo de San Cayetano por parte de la DPZ, le obligó a buscar templo en el que exponerse a veneración. No les faltó gente, como tampoco a La Dolorosa y La Columna en Santiago. En el barrio Oliver muchos echaron en falta el viacrucis de La Llegada y la Coronación en San Gregorio.