Los hermanos Julián y José Rubira llevan toda la vida cultivando patatas en su pueblo natal: Villarquemado, a 25 kilómetros de Teruel. Aseguran que las variedades que se siembran en la cuenca del Jiloca son idóneas para freír por su bajo nivel de azúcares, lo que permite que no se quemen tan rápidamente. Convencidos de su alta calidad, hace casi diez años decidieron dar el salto y levantar una fábrica de patatas fritas en su municipio. Hoy, Doruel ha conseguido hacerse un nombre en el sector gracias a su método artesanal y unas chips de estilo gourmet.

El proyecto nació casi por pura necesidad. Hace unos 15 años decidieron montar un almacén refrigerado para conservar mejor su producto y que los mayoristas no les «torearan». «Las patatas pierden mucho peso una semana después de la cosecha y siempre se nos reían diciendo que se había retrasado el camión para tener que pagar menos», explica Julián Rubira.

Gracias al almacén, los dos agricultores podían vender sin ninguna prisa y cuando más les interesaba por los precios del mercado. «Otra de las ventajas de nuestras patatas es que se conservan muy bien; las cosechamos en octubre y aguanten perfectamente hasta junio», destaca.

Al convertirse en almacenistas y vender directamente a los fabricantes de patatas fritas (sobre todo de Valencia y Madrid), los dos hermanos pudieron conocer de primera mano los entresijos del sector y se lanzaron a construir la planta. «Los inicios fueron complicados; aprendimos por acierto y error y estuvimos cerca de un año tirando patatas», reconoce Rubira.

TIENDAS Y SUPERMERCADOS

Hoy, Doruel se ha ido posicionando en buena parte de las pequeñas tiendas de la comunidad e incluso en varias cadenas de supermercados. Así, sus patatas pueden encontrarse en los centros de El Corte Inglés, Makro o en los super de Altoaragón. «También hemos vendido en Eroski y estamos en negociaciones con Carrefour», indica Rubira, que apunta que el 60% de su producción se comercializa en Aragón, aunque también llegan a Valencia o Logroño. «Nos está costando pero poco a poco vamos creciendo», destaca Rubira, que añade que cada día de producción gastan unos 2.000 kilos de patatas y 150 litros de aceite: «De cada cuatro kilos de crudas salen normalmente uno de fritas, aunque la idoneidad de nuestra patata nos permite ganar unos 250 gramos».

La mayoría de sus clientes se caracterizan por apostar claramente por la calidad. De hecho, las patatas de Doruel son algo más caras que la media. «Es increíble cómo se encarecen los productos agroalimentarios hasta que llegan a los lineales de los establecimientos», comenta Rubira.

LA APUESTA POR EL TERRITORIO

Sin duda, lo que más valoran los dos hermanos es que han podido construir su proyecto empresarial en su pueblo natal y, encima, «dar de comer a seis familias de la localidad». Actualmente, su plantilla es de ocho personas y confían en crear más empleo a medio plazo. «Aún tenemos que mejorar nuestra distribución porque hemos intentado vender en otras comunidades pero es difícil por el coste logístico, que encarece nuestro producto», explica Rubira, que destaca que en total han invertido en torno a un millón de euros en su fábrica.

A pesar de las dificultades para llegar a otras comunidades, Rubira destaca el apoyo de las cadenas de distribución implantadas en Aragón. Lamentablemente, no puede decir lo mismo de los consumidores. «Tenemos que apostar más por lo de casa», considera Rubira.

Actualmente, la de Doruel es la única fábrica de patatas fritas de la comunidad, junto a la de El Gallo Rojo, propiedad de Frutos Secos El Rincón.