Los muertos por el franquismo empiezan a salir de las cunetas, de las fosas y, sobre todo, de la más profunda e ignominiosa de las tumbas, la del olvido. Ya van dejando de desfilar como almas en pena por los pasillos del inmovilismo de los diferentes gobiernos democráticos, conservadores y progresistas, unos salpicados por la peor interpretación de la prudencia como herramienta sanadora de un conflicto sangriento entre hermanos; otros, ni siquiera interesados en repasar esa parte de la historia a la que ideológicamente no renuncian en muchos de sus puntos. La tierra no se movía así por miedo a resucitar el pasado cuando si de algo se alimenta la cultura de un país es de su memoria, de la viva y de la enterrada en vida. Las décadas se han sucedido entre silencios, que es el peor antídoto contra la reconciliación que se pretendía.

En esa batalla por rescatar la dignidad personal y popular, familiares, asociaciones y juristas decentes han sido los únicos que se han mantenido al frente pese a la incomprensión y en no pocas ocasiones la repulsa de una sociedad hipócrita, insolidaria y conformada con la versión oficial de que los crímenes de la guerra y de sus alargadas sombras prescriben. Esos soldados de la paz con sus antepasados y consigo mismos han procedido a exhumar los huesos de las víctimas del conflicto y, sobre todo, a recuperar sus nombres, tachados de un balazo por el odio ciego, la venganza alevosa o la ignorancia.

Lo más repugnante que se ha escuchado, y no pocas veces, de esta movilización pacífica y lícita que pretende además despertar conciencias es que quiere reabrir la herida de las dos Españas. ¿Dónde está la otra, la de los viejos franquistas saliendo a la calle y al mundo para reclamar la memoria de sus fusilados? Sin duda, y sin necesidad de contabilizar en busca de equilibrios, hubo mártires del bando vencedor, pero la mayoría de quienes les lloran lo hicieron y hacen arrodillados frente a una lápida, no al borde de los caminos y de las acequias. A todas esas generaciones que vinieron y vendrán hay que mostrarles la verdad, la historia redactada por los perdedores cuando además son tus hermanos.