La nostalgia no tiene precio. Una partida, por poner un ejemplo, a un ¡Space Panic! en su máquina original sí. Veinticinco pesetas. Y así, los interesados en conmemorar un pasado de bares y maquinitas tienen su referencia en la Asociación de Recreativas y Pinballs de Aragón (ARPA) que organizó ayer en su sede del barrio de San José su primer torneo. José García Jariot acabó victorioso tras imponer su destreza en el manejo de joyas como el Manx Super Bike y sus dos motos de plástico listas para la carrera.

El campeonato interesó a una veintena de participantes. Se enfrentaron en duelos cara a cara con juegos genéricos no demasiado populares, para evitar que llegaran entrenados de casa. Además, se mezclaban estilos y mecánicas. El Bubble bobble y otros arcades de botones sirvieron para las primeras rondas. Poco a poco se fue complicando hasta la máquina de conducción monocroma clásica de los años setenta.

Para los retos individuales se usó el Crockman, una divertida versión española del Pacman que salió en el 81 así como un reluciente pinball clásico -también de fabricación estatal- que salió en el año 86. Se completó con el Party Zone, uno de esos juegos obligados en los mejores salones.

Los mejores se enfrentaron en la gran final, rodeados por el resto de jugadores, una presión que recordaba a aquellas interminables partidas en la solitaria máquina del bar en la que solo dos jugaban mientras el resto de la cuadrilla miraba mientras comía algunas gominolas.

El final de los años noventa marcó el final de esta forma de ocio. Con las consolas portátiles todo el mundo tuvo acceso a los mismos juegos en sus casas. Los salones recreativos entraron en declive y finalmente colgaron la persiana. Solo el coleccionismo que impulsan los socios de Arpa permite recuperar algunas de las piezas. Y todas ellas mantienen intacta sus capacidad de atracción. O si no que se lo pregunten a los dos hermanos que, con menos de siete años, disfrutan disparando las pistolas rosas del Point Blanc de Nanco.

El local de Arpa busca evocar el ambiente de los viejos salones recreativos. Todo contribuye al regreso al pasado. Desde los carteles anunciando lanzamientos de juegos que en la actualidad llevan años en el olvido hasta el sonido de los flippers de las máquinas del millón, como también se las llamaba. No dejar bebida sobre las máquinas advierte un aviso en las paredes. Solo faltan las pesetas para los pagos.

Los participantes en el torneo de ayer son unos enamorados del género. La media de los jugadores superaba la treintena y todos ellos gastaron buena parte de sus pagas en las ranuras de las máquinas. «Algunos también participan en campeonatos y eventos fuera de Zaragoza», explica el presidente de Arpa, Eduardo Anay.

TREINTENA DE SOCIOS

La realidad es que, como sucedía en aquellos años, las mujeres no encuentran su espacio. En el local de la calle Joaquín Sorolla solo dos se atrevieron a participar. «Mis padres tenían un bar y pasé muchas horas jugando al pinball», recordaba la zaragozana Marta Mendoza. «Los videojuegos se me dan mejor cuando no tengo presión», bromeba.

La asociación solo tiene abiertas sus puertas de forma habitual para la veintena larga de asociacdos. Pero con este tipo de citas permiten que la gente vea las máquinas que tienen, lo cómodo del local y las curiosidades que ofrecen. Su objetivo es llegar a los treinta integrantes, de forma que puedan asegurar el pago de los alquileres y de la compra y restauración de las máquinas.

El Street Fighter no estaba inicialmente en la lista de juegos previstos, pero se tuvo que conectar por la demanda. Ya se sabe. La nostalgia manda.