Desde que en 1930 se detectaron en España los primeros olmos enfermos de grafiosis , la transmisión del brote ha arrasado de tal manera a la especie que en la actualidad se encuentra en peligro en extinción. Aragón, al igual que el resto de Europa, lucha por conservar con vida algunos de estos ejemplares, aunque los más característicos y centenarios hayan fallecido. La celebración, hoy, del Día Mundial Forestal sirve para alertar de esta situación, que se explica en la exposición abierta por el ayuntamiento, hasta el 1 de abril, en el aula de la naturaleza Francisco Loscos del parque Primo de Rivera.

Escasos ejemplos en Sallent, Fortanete (Teruel) o Garrapinillos recuerdan una época en la que se levantaban frondosos en plazas, caminos y riberas de ríos. Porque el olmo ha sido el árbol del pueblo y de los vecinos, el punto de encuentro, de tertulia y juegos. Incluso se asegura que fue Carlos III quien obligó a plantar uno en cada una de las plazas de los pueblos.

Ahora, sin embargo, los trabajos se centran en intentar reproducir en viveros de la DGA los clones resistentes a la enfermedad, obtenidos mediante una selección genética. Y la experiencia no va por buen camino. Todo los trasplantados el pasado año en la comunidad fallaron.

La muestra, organizada por el Ministerio de Medio Ambiente y Caja Madrid, concluye que mientras los expertos estudian la posible vacuna que frene la desaparición de estos árboles milenarios, seis millones de olmos han muerto ya en España y cerca de mil millones, en todo el mundo. El censo realizado a nivel nacional en 1986 concluía que el 82% de las olmedas o bosques de olmos estaban infectados de grafiosis , y en el 25% de los casos, más de la mitad de los ejemplares estaban muertos.

Pero, ¿cómo un árbol tan común hasta hace poco se encuentra en semejante situación? El origen está en unos insectos que buscan ejemplares débiles para reproducirse y otros sanos para alimentarse. Así, sus cuerpos son los que transportan a los olmos vivos las esporas impregnadas en los enfermos.

Según los paneles explicativos de la muestra --cuyos autores son Susana Domínguez y Ezequiel Martínez, miembros de Bosques sin Fronteras--, cada insecto llega a transportar unas 100.000 esporas del hongo.

Hasta el momento, todos los esfuerzos para frenar la plaga han sido inútiles. La lucha química es demasiado cara y negativa para otras especies. Y la biológica se ha abandonado por su escasa efectividad. De ahí que los especialistas trabajen en la selección de individuos resistentes.

El olmo "ha sido muy valorado por su madera, sus propiedades curativas y alimentarias, su capacidad de crecimiento y el valor ornamental, paisajístico y de sombra". De las 40 especies que existen en el mundo, en España se podían hallar el olmo común y el olmo de montaña, ambos autóctonos. Aunque fue Felipe II quien introdujo el siberiano para embellecer parques y jardines.

Y es que los olmos pueden alcanzar 20 metros de altura y más de cuatro de diámetro. Además, "puede llegar a transpirar más de 2.000 litros de agua al día. Y por ello se colocaba junto a norias tiradas por caballos, para que el animal pudiera respirar mejor, o en el centro de plazas de pueblos".

Otras curiosidades son el alto valor nutritivo de las hojas y ramas jóvenes, y el uso que se le daba contra la sarna y para curar heridas. En cuanto a la madera, muy resistente a la putrefacción por humedad, sirvió para construir barcos e instrumentos de labranza y de conducción de aguas. Los romanos la utilizaban para las prensas y los toneles de vino, e incluso para ejes de ruedas, platos y cubiertos.

El olmo también ha sido un símbolo de fertilidad y fecundidad. Pero, tristemente, a este paso ya no volverán a repetirse leyendas como la de que "Napoleón sólo tuvo al hijo varón que tanto deseaba cuando durmió una noche bajo un gran olmo".