Un Ebro lleno de islas y prácticamente sin agua atraviesa la capital aragonesaen los últimos meses. Una situación que parece repetirse todos los veranos por el estiaje que afecta a la cuenca y, antes de actuar contra ellas, se debe comprobar si esta acumulación de gravas realmente perjudica al curso natural del río.

Por el cauce circula agua pero también materiales sólidos en // suspensión, en su mayoría grava y arena. Los meandros, las curvas naturales que hacen los ríos, sirven para que los residuos sólidos se depositen en la parte cóncava del giro y arrastren los que ya permanecían en la zona convexa. Así, estos sedimentos van circulando por el cauce hasta llegar al mar, en este caso, al Mediterráneo.

Según el geógrafo zaragozano Francisco Pellicer, este es el curso natural de un río. «El problema aparece cuando la cantidad de materiales sólidos que contiene // el caudal del Ebro es superior a la que el río puede arrastrar. En ese momento, el agua disminuye la fuerza con la que circula y depende de la profundidad, se va amontonando», indica Pellicer. «Es un problema en conjunto: si circula poca agua, tiene menos fuerza y si a eso se le suma un aumento de grava y arena, provoca que se formen estas isletas, como pasa por ejemplo, a la altura del puente de La Almozara, el de Hierro o en Ranillas», añade. Estas acumulaciones de grava también se producen debajo de los azudes.

El tipo de grava y arena que circula por el Ebro puede ser natural o artificial. El arrastre es un mecanismo propio del cauce para evitar que este se desborde. La grava que se vierte a propósito, sin embargo, altera el transcurso propio del río y puede influir en la cantidad de agua que circula.

«En el 2009 se arrojaron unos 150.000 metros cúbicos de grava tras unas obras y solo se retiraron parcialmente. Gracias a ellas, se evitó que en el 2015 el barrio del Actur quedara totalmente inundado», explicó Pellicer.

Además, el geógrafo detalló que «hemos heredado un río en el que los seis kilómetros de tramo que atraviesan la capital aragonesa son rectos y, al carecer de meandros, las gravas suspendidas en el agua dificultan la circulación». Además, si se suma la sequía a estos factores, «hacen frenar la velocidad del agua y provocan que, en algunas zonas, se quede estancada», detalló.

Puede parecer que el verter las gravas puede alterar y perjudicar el cauce natural del Ebro pero, según Pellicer, «pueden prevenir las inundaciones que se dan cuando se producen las riadas. Por eso, no siempre que aparece una isleta es un signo de que las cosas van mal».

«SOBREALIMENTADO»

El experto también valora, sin embargo, que el cauce del Ebro en general «está bastante maltratado» y «está sobrealimentado de sedimentos» lo que puede producir «obstrucciones en algunos puntos y afectar a la seguridad de las estructuras de defensa o de los puentes».

Por ello, hay que analizar «las amenazas, ya sean reales o no» mediante estudios batimétricos del Ebro. «Se estudia la topografía del río, qué materiales conforman el suelo de las profundidades y, además, se mide la velocidad y cantidad de agua y la pendiente del cauce», expone Pellicer.

También se tienen que evaluar las condiciones exteriores del cauce, como es la vegetación que lo rodea. «Si hay muchas plantas, pueden obstaculizar los tramos más cerrados, como ocurre a la altura del puente Santiago», detalló el geógrafo. Con todos estos factores, los técnicos expertos pueden determinar si de verdad el nivel de saturación de sedimentos afecta al río o si hay que dejar que siga su curso con normalidad.

Por ello, la Confederación Hidrográfica del Ebro ya están elaborando estos estudios en varios puntos de la ciudad.