La conexión que se establece entre el voluntario y el paciente oncológico simula cualquier conversación que se pueda dar en la calle. Ahora, los caramelos que ofrecían los voluntarios se sustituye por preguntar directamente sobre inquietudes de la persona que tienen en frente. «Hemos hablado de lo que hemos estudiado, de nuestra vida laboral. Somos personas jóvenes, como si nos hubiéramos encontrado en la calle», comenta Diego Pérez, voluntario desde febrero y quien acompañaba el miércoles a Eduardo durante su tratamiento.

Edu, como él mismo se presenta, es un joven turolense, que reside en Zaragoza. Le detectaron cáncer recientemente y comenzó en junio con su tratamiento. «Soy nuevo en todo esto, pero veo que la labor que están desempeñando los voluntarios es muy importante porque te informan acerca de la asociación, te pueden asesorar y sobre todo, en mi caso que me pego aquí casi cinco horas, echar una charrada con alguien nunca viene mal», opina.

Para él, acudir al hospital con las circunstancias actuales «no es de gran gusto, dada la situación y al estar bajos de defensas», dice, pero no siente temor, ya que «en el fondo el hospital es una zona segura y protegida», apunta. «Para estar aquí nos hacen las pruebas del covid-19», asegura.

En su caso además, la ayuda de la Aecc se extiende a su ámbito familiar. «Pedí ayuda al voluntariado para mis padres tras haberme detectado un cáncer, necesitaban ayuda y les están tratando telefónicamente, y mi madre está encantada», expresa. Edu también aprecia que ahora se haya retomado la asistencia presencial. «Siempre es mejor el contacto, el cara a cara, estar con las personas es menos frío que una llamada telefónica», opina.

Mientras que para Diego, «ayudarles es una gratificación personal muy grande».