Las llaman el monstruo de las cloacas y su imagen es tan desagradable como peligrosa. Las toallitas húmedas que se arrojan por los inodoros pueden generar colapsos durante su viaje por las tuberías, alcantarillas, colectores y depuradoras. Es lo que sucedió el pasado jueves en Zaragoza, cuando un digestor de fangos de la depuradora de La Almozara se averió por la acumulación de sus restos deshilachados. Desde la sociedad Ecociudad, encargada de la depuración de aguas, alertan del incremento constante durante los últimos años del volumen de toallitas que llegan hasta la planta.

El director técnico de Ecociudad en Zaragoza, José Ignacio Castrillo, asegura que cada vez son más las bolas de tejidos que se forman, acumulan y tienen que retirar. Este año pretenden comenzar a cuantificar las toneladas de residuos higiénicos que llegan hasta los digestores de fangos.

La concienciación de la sociedad es vital y el mensaje es sencillo: no se pueden arrojar por el inodoro toallitas ni materiales similares porque no se descomponen, sino que se deshilachan. Sin embargo, consciente de que es un problema difícil de salvar y que se repite en todo el mundo, admitió que urge invertir en sistemas que permitan minimizar el impacto de las bolas de tejidos en los propios digestores.

PROCESO

En la entrada de la planta existe un sistema de rejas que evita que los restos de tejidos, bolsas, hojas, preservativos o bastoncillos entren al digestor, de donde es muy complicado extraerlas. Este sistema no es infalible y solo es capaz de retener restos de un tamaño determinado, por lo que acaba colándose en los digestores un volumen elevado.

Castrillo explica que se forman bancos de toallitas en varias fases del proceso, empezando por las tuberías de las propias comunidades de vecinos. Por ejemplo, en zonas donde el agua se queda remansada, los hilos se tejen y apelmazan, y sobre todo en días en los que se producen tormentas, ya que se mezcla un gran volumen de hojas y ramas. En el caso de que su tamaño supere el medio metro, como sucede en muchos casos, se produce un primer atasco en la bomba.

En el digestor, con capacidad para 4.000 metros cúbicos, se trata el residuo para que acabe teniendo un aprovechamiento agrícola. Durante la fase de tratamiento, los restos están entre 20 y 22 días en movimiento continuo y a una temperatura de unos 35 grados, explica Castrillo. La agitación que se produce permite a las fibras deshilachadas entrelazarse y que vayan creciendo de forma progresiva. «El digestor hace la función del estómago», resume Castrillo.

Se quita el oxigeno de los restos para que se vayan descomponiendo y perdiendo materia orgánica, convirtiéndose en gas, que se aprovecha para producir energía. El pasado jueves, estas bolas de tejido obstruyeron las salidas del gas, generando una sobrepresión en su interior hasta que el punto previsto de evacuación cedió. En ningún momento peligró en la de agua, ya que se trata de líneas diferentes, del mismo modo que no hubo riesgo de que se filtrara al río.

LIMPIEZA

Este miércoles comenzará el vaciado del digestor. En los 29 años de vida que tiene la planta, nunca se ha vaciado ni limpiado. Ahora que hay que retirar todo el fango, lo que llevará entre tres y cuatro semanas, se aprovechará para reponer las piezas y renovar las tuberías, cuya vida útil ya han superado, aseguró.

Unas tareas que se incluían en los presupuestos de la sociedad del 2018 y que se han adelantado.