Ángel Javier Pérez Pueyo (Ejea, 1956) está al frente de la diócesis de Barbastro-Monzón desde hace tres años. «Sin comerlo ni beberlo», como él dice, se ha encontrado con la complicada herencia del inacabable pleito por los bienes de las parroquias oscenses, 111 obras de arte que están retenidas en el Museo de Lérida.

—La presentación de la demanda civil por los 111 bienes de las parroquias de su diócesis ha debido de resultar difícil para usted. Al fin y al cabo, es un obispo contra otro obispo, el del Barbastro-Monzón contra el de Lérida.

—A Salvador Giménez Valls le hemos ido indicando todos los pasos que vamos dando. De hecho, hace unos días le dije que el martes presentaríamos formalmente la demanda. Previamente, hubo un acto de conciliación y ellos dijeron que, efectivamente, los bienes reclamados son nuestros, de Barbastro-Monzón, pero que no los tenían y que quien los tiene es el Consorcio del Museo de Lérida. Entonces no hay ninguna animadversión. Es más, a él y a mí nos ha tocado en este momento este marrón, sin comerlo ni beberlo, pues el contencioso es anterior. Yo le dije que este litigio es absurdo y estéril y hay que resolverlo por el bien de todos.

—Usted tiene planes para esos bienes, en el caso de que la Justicia ordene su vuelta.

—Lo más importante es tender la mano y buscar una solución buena para ambos. Luego, aprovechar este asunto como una oportunidad para un proyecto cultural, artístico, económico, religioso, como lo de Las edades del hombre. Para hacer una ruta sobre el románico de Huesca y Lérida, que es el mejor de toda España. Pero la condición es que los bienes vengan a Zaragoza, que es lo que el pueblo de Aragón reclama, el regreso físico de los bienes.

—¿Sijena ha abierto el paso?

—Son dos procesos diferentes. Nosotros seguimos una ruta de la que no nos hemos desviado. Lo de Sijena tiene un contexto y un cauce propios y nos alegramos de que se haya resuelto, sobre todo por lo que tiene de connotación aragonesista, de que Aragón se merecía un gesto de este tipo, porque lo que estaba en juego era la dignidad de un pueblo. Estoy convencido de que tenemos todo para que la sentencia sea favorable. Partimos, de hecho, de una sentencia favorable, la de la Santa Sede. El gran problema de fondo no está en la sentencia, sino en que esta se ejecute.

—El Vaticano hace tiempo que se pronunció a favor de Aragón y no se ha cumplido esa sentencia.

—Si hubiéramos resuelto el problema solo entre nosotros, ya estaría solucionado. El problema es que hay algo más, entre Estados, la Santa Sede, el Gobierno español… Cataluña es mucha Cataluña y nadie se atreve muchas veces a decir las cosas. Esto se tendría que haber resuelto en el momento en que se creó la diócesis de Barbastro-Monzón. Pero hay algo más, hay un amor herido.

—La intervención del Nuncio del Papa tampoco ha sido útil.

—Ellos han intervenido, igual que la Secretaría de Estado, adonde habré ido ya cinco veces. Están informados de todo y piensan que lo mejor es no entrar en un juicio civil. Que lo mejor es entenderse. Pero, claro, si después de 20 años no nos entendemos, en algún momento hay que dilucidarlo. A mí me da tranquilidad y satisfacción saber que hemos hecho los deberes, personalmente, como diócesis y como provincia eclesiástica, pues quiero destacar la figura de don Vicente Giménez, arzobispo de Zaragoza, que siempre ha apoyado todo esto.

—¿Cree que puede ser efectiva la vía civil?

—Creo que sí. A mí lo que más me dolería es que nos quedáramos con una sentencia favorable que no se ejecutara. Eso sería lo peor. Te vas dando cuenta de que, como todo en la vida, se puede decir que una cosa es así, pero luego viene quién le pone el cascabel al gato. Al final debe haber una ejecución de la sentencia. Yo, cuando entré en la diócesis, dije que no iba a recurrir a la vía civil porque ya teníamos una sentencia. Pero cuando ves que nadie da el paso para que las obras vuelvan, te dices que hay que recurrir a la Justicia civil.

—Aparte de los bienes, tendrá otros problemas en la diócesis.

—A veces pienso que si toda la energía que gasto en este problema lo dedicara a otros… Por ejemplo, el Bajo Cinca tiene un grave problema con la droga. Hay un montón de jóvenes enganchados. Y vas luego a la cárcel de Zuera y te encuentras a muchos de ellos ahí, rotos físicamente. El tema de los ancianos, el de la despoblación… En cuatro localidades está el 90% de la población y el resto, 250, se están muriendo. A mí los 111 cuadros me importan, sobre todo, por lo que representan en la vida de las personas. Lo que me duele es la juventud sin trabajo, sin hogar…

—Se acerca la jubilación del arzobispo de Zaragoza. ¿Aspira a sucederle?

—No lo sé, pero seguro que le darán prórroga. Y yo solo aspiro a estar con el Señor. Afortunadamente, no aspiraba ni al obispado. Solo aspiro a morirme en Barbastro y además lo digo como lo siento. No siendo obispo también era feliz, y así se lo dije al Papa.

—¿Qué opinión le merece el pregón de Santiago?

—Eso no es libertad de expresión. Todos nos merecemos un respeto. Lo que importa es la altura de miras para servir al pueblo. La Iglesia, pese a las cosas que puedan salir, es de las instituciones que más humaniza y que más posibilidades de futuro ofrece a la gente más desheredada. Maltratándola no conseguiremos nada. Pero pienso que lo de Santiago nos dignifica. Me preocuparía que nos dijeran que no atendemos a la gente desheredada, a los inmigrantes… Esos insultos denigran a quien los hace.