«El Gallizo tiene una forma distinta de hacer las cosas». Y Pedro Morillas, tras su icónica -y alta- barra, intenta desde el 2012 que se cumplan. El bar de la calle San Lorenzo está a punto de cumplir 80 años en la ciudad. Ha pasado etapas de todo tipo desde su puesta en marcha en los años treinta. Comenzó como casa de comidas y con el paso de los años una ciudad creció a su alrededor. «Ya venía con 13 años, entonces todos los clientes compartían mesas y se creaban extrañas familias», recuerda. Con ese espíritu afronta su actual etapa, tras una época mucho más punk en los años noventa.

El llamado juepincho es uno de los referentes del barrio de La Magdalena (aunque en la zona prefieran nombrarlo sin la g oficialista). «No es un botellón», asegura. Gracias a su impulso a la hostelería defiende que se han mantenido abiertos muchos negocios tradicionales y ha permitido que mucha gente olvide el estigna tradicional del distrito. «La gente ya no tiene miedo», explica.

Morillas detalla que al menos los bares que impulsaron la iniciativa tratan de «autorregular» su proliferación. Sobre todo después de haber batallado contra restricciones horarias y denuncias en las épocas malas. «Nosotros también somos vecinos»,razona.

A su juicio la éxito del barrio, que otras zonas de la ciudad tratan de replicar, se debe a la gran cantidad de actividades que se pueden encontrar. «Es un sitio muy divertido», indica. Considera que lo ideal es «pasear» ya que el movimiento es constante. «A veces me encuentro con gente que estudió en la antigua universidad que no se habían atrevido a volver desde entonces, eso nos produce mucha satisfacción», indica.

De cara a los próximos años avanza que La Magdalena mantendrá sus señas de identidad, que se parecen mucho a las del bar que regenta. El menú es sencillo: raciones amplias, bebida, música y buena compañía. «Estas son las cosas que atraen a la gente a nuestro barrio y no van a cambiar mientras sigamos aquí», concluye.