Un ejército conformado por decenas de Pedros Picapiedras invadió ayer el centro de Zaragoza. No estaban solos, pues les acompañaban un peligroso grupo de fregonas gigantes, piratas cargados de calimocho y plumas. Muchas plumas. Muchísimas. En Carnaval todo vale.

Allí, en la plaza San Miguel, también estaban ellas, las mismísimas Elsa de Frozen y su hermana Anna, junto con un grupo de copos de nieve que no paraban de decir lo bien que se lo estaban pasando: «Queda mucha noche todavía». Olaf, el muñeco de nieve, también se dejó ver por el lugar. Sujetaba un vaso que, por seguro, no se le calentó en ningún momento. Aunque solo fuera por la rapidez con la que bebía.

Si un extraterrestre hubiera contemplado la escena puede que se hubiera extrañado, pero para toda la multitud que se congregó ayer alrededor de la plaza y en la calle Coso fue todo un divertimento. El Carnaval zaragozano llenó de nuevo la ciudad de música y coreografías -algunas más acertadas que otras-, y el paganismo del que nace esta celebración se materializó con exuberantes bailes y cortas vestimentas. Aunque a más de uno eso de travestirse no lo llevara muy bien. «Depiladico entero», decía una majorette de pelo en pecho.

Tras la suelta del Rey de los Gallos, las comparsas partieron desde San Miguel para llegar, a través de Coso y calle Alfonso, hasta la plaza del Pilar. En todo momento estuvieron escoltados por cientos de personas que les contemplaban desde las aceras. Los más pequeños, además, también iban ya disfrazados. Y eso que su turno no llega hasta hoy. A las 12.00 horas, también en el centro, tendrá lugar el Carnaval infantil, en el que participan 49 colegios de Zaragoza.

Tradición y anonimato

Pero la fiesta recorría Aragón. En Bielsa se vivía también uno de los momentos más impresionantes de su famoso Carnaval, que tiene más de mil años de historia. Antes de que anocheciese, los característicos trangas vestidos con sus cuernos y pieles de machos cabríos recorrieron en ronda el centro de este municipio pirenaico acompañados de las madamas, el onso y otros tantos personajes. En la capital altoaragonesa, la cita era para los niños en la plaza López Allué. Casi 4.000 personas acudieron para ver los originales disfraces infantiles.

Y ya volviendo a la provincia de Zaragoza, en Épila también disfrutaron en la calle con su tradicional Carnaval de las mascarutas. Allí, los vecinos de la localidad se disfrazan con lo primero que pillan, se tapan la cara y cambian sus tonos de voz para evitar ser reconocidos. No como a Elsa de Frozen, a la que todos en Zaragoza pudieron contemplar bebiendo cerveza. Se cumplió el pronóstico y se alargó la noche.