La gente de Pradilla tiene miedo y no se siente segura. La fuerza del río, cuyo cauce saltó, rompió los diques y entró en la localidad, persigue a sus habitantes, que aseguran, impotentes, que el verdadero peligro persiste. "Estamos peor que antes, porque el dique que protege el casco urbano sigue sin arreglarse mientras que el río baja cada vez más sucio y más alto". Así se expresaba esta semana el alcalde de esta localidad zaragozana de 650 vecinos, la única que tuvo que ser evacuada la noche del 7 de febrero del 2003.

"Lamentablemente, si seguimos así, Pradilla desaparecerá y se convertirá en cauce del Ebro. La incógnita tan sólo está en saber cuándo", se escucha en el corrillo de un bar del pueblo. El pesimismo que muestran a día de hoy los vecinos se palpa con un simple paseo por sus calles y plazas. Sólo la torre mudéjar de la iglesia, coronada por un nido de cigüeñas, se alza inalterable en el tiempo.

Pradilla no olvida porque aún no ha llegado la calma a sus gentes, que prosiguen reparando daños y heridas en casas, almacenes y talleres. Un año después de la gran avenida del Ebro, estos habitantes conviven con el trabajo a destajo de los peones para reconstruir los pavimentos y las calzadas de las calles y con las obras en caminos y acequias. "Cuando ocurrió aquello, recibimos multitud de visitas y promesas de todas las autoridades competentes, pero ahora vemos que casi todo era mentira", lamenta el alcalde.

Vicente Escorza, de 65 años, pertenece a una de las tres familias que continúan desalojadas de sus viviendas. Junto a su mujer, con la que salió de Pradilla "con lo puesto", lleva un año pagando un piso de alquiler en Tauste. La mala suerte hizo que no tuviera un seguro para su casa, de planta baja, de la que tan sólo quedaron en pie las paredes y el tejado. Y su situación económica no le ha permitido hasta ahora iniciar las obras de rehabilitación.

"El ministerio me ha concedido 2.200 euros, pero con eso no tengo para mucho. Cuando pedí más a Madrid, me contestaron que había que saber a quién votaba para recibir dinero", señala subido en un andamio, paleta en mano, junto a un albañil. "Quién me iba a decir que a mi edad estaría donde estoy", sentencia.

Un pueblo sin regadío

Tampoco parece que son del agrado de los vecinos las obras que la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) ultima en la zona de regadío del pueblo. "Se está tirando el dinero. Cómo es posible que abran una acequia en uno de los lugares por donde saltó el Ebro, cuando allí deberían ir grandes tuberías subterráneas que facilitasen la construcción de una gran mota", advierten dos agricultores, quejosos porque aún se está trabajando para poner en marcha el riego de la huerta. "Todo va excesivamente lento", concluyen.