A nadie se le escapa que el siglo XXI ha comenzado tan revolucionado que parece una quimera anticiparse a los acontecimientos. Los cambios económicos y sociales de los últimos años apenas dan un respiro para reflexionar sobre los mismos. La digitalización y sus efectos en todos los sectores, los nuevos empleos surgidos al calor de negocios vinculados a la economía colaborativa, el cambio climático, el auge del comercio electrónico y la globalización están impactando de tal forma en la sociedad que resulta imposible hacer una quiniela sobre el futuro más inmediato.

En este escenario no resulta extraño, por tanto, comprobar cómo los agentes sociales asisten atónitos a la metamorfosis de las sociedades. Los empresarios y los sindicatos tratan de adaptarse a los nuevos tiempos, pero la realidad, en muchas ocasiones, les sobrepasa. De alguna forma, la patronal y las organizaciones sindicales han quedado algo difuminadas desde que golpeó la crisis económica con fuerza, hace ahora algo más de una década. Pese a ello, siguen manteniendo ese papel relevante y fundamental que se han ganado a lo largo de las últimas décadas.

El pasado 8 de marzo se vivió un ejemplo más de la revolución que vive la sociedad española. Las mujeres salieron a la calle exigiendo igualdad y lo hicieron sin banderas, sin siglas. Fue la ciudadanía la que se manifestó haciendo piña. Este es solo un botón de muestra. Pero si miramos el retrovisor podremos comprobar que quien ha estado detrás de las mareas ciudadanas, en los años duros de la recesión, de las protestas de los chalecos amarillos en Francia, de la guerra del taxi por las licencias de VTC y de muchos otros conflictos no han sido únicamente los sindicatos.

Esto, sin embargo, no empaña el papel decisivo que todavía juegan las organizaciones sindicales como interlocutores decisivos. Esta pasada semana, sin ir más lejos, hemos podido comprobar cómo más de 2.000 falsos autónomos pasarán a cotizar en el régimen general de la Seguridad Social en el matadero del grupo Jorge, en Zuera. Todo un logro. Cada día, en cada empresa y con cada trabajador, los sindicatos hacen una labor encomiable de asesoramiento y defensa de los derechos, a pesar de que las sucesivas reformas laborales (del 2010 y el 2012) han dejado casi inermes a estas organizaciones.

En cualquier caso, esto no es óbice para que se sientan en la obligación de reflexionar sobre qué papel quieren jugar en el futuro más inmediato.

NUBARRONES EN EL HORIZONTE

El 2019 ha comenzado con nubarrones sobre la economía. En poco más de un mes, cuatro organismos internacionales (OCDE, Banco Mundial, FMI y Bruselas) han señalado a Europa como el continente en el que más se sufrirá la desaceleración de la economía este año. Y eso supone un impacto directo en Aragón, por su exposición al sector exterior. Pero también puede acarrear años de vacas flacas o lo que es lo mismo, adiós a la ilusión de recuperar salarios, poder adquisitivo y derechos perdidos.

Por ello, los sindicatos están obligados a prepararse para librar un nuevo pulso si quieren seguir manteniendo su papel decisivo en la sociedad. Y para ello, deben trazar una nueva estrategia que vaya más allá de las grandes empresas y pymes. La hostelería y el sector servicios, en general, los falsos autónomos, los empleados de la economía colaborativa (Deliveroo, Glovo...), las conocidas como kellys y otros muchos colectivos son sujetos directos de la metamorfosis laboral.

Todo esto, no obstante, no exime a los partidos políticos y a la patronal de su responsabilidad en el futuro. Se ha demostrado que la temporalidad y la precariedad es improductiva, que la responsabilidad social beneficia a la sociedad y a las empresas y que la seguridad y salud laboral tienen su recompensa.

De esto también deberían tomar nota las empresas que están bajo el paraguas de Cepyme y CEOE Aragón, que, por cierto, esta semana tiene nuevo presidente. Será la primera vez que un dirigente de la patronal aragonesa no es elegido por las propias empresas, tras pactarse su designación hace tres años. Pero eso es otra historia.