La futura suerte de Carles Puigdemont o de Oriol Junqueras es, por supuesto, importante; en especial para ellos, por lo que de gravosos puedan tener sus procesos judiciales. Pero por encima de sus avatares con la justicia, me parece más trascendente el destino del pueblo catalán, al que ellos, y otros líderes como ellos, han envenenado, inficionado, engañado con proyectos utópicos, conceptos falsos y silogísticos argumentos. Hasta conducir a esa comunidad a un callejón político y social sin salida aparente a la vista.

El partido de Puigdemont, de Artur Mas y de Jordi Pujol, era, como ha quedado demostrado, una fábrica de favores y votos, de comisiones e influencias. Los procesamientos de buena parte de sus líderes han sacado a la luz sus vergüenzas, los millones de euros derivados a Andorra, a Suiza, a paraísos fiscales, o simplemente desvanecidos de las arcas de la Generalitat. Desde la cual, efectivamente, se orquestó un plan de ataque al Estado español, a fin de ponerlo en jaque y obtener la independencia para Cataluña. Segregando cuatro ricas provincias, con sus infraestructuras y medios, y secuestrando a su población bajo una república nacionalista dirigida por los mismos que planificaron el golpe al Estado (expresión más afortunada, creo, que golpe de Estado).

En esa conspiración a fuego lento, Esquerra Republicana ha tenido un papel fundamental. Ya venían colaborando desde hacía tiempo con Pujol en la inmersión lingüística, histórica y cultural, fabricando a su medida, como hicieron los nazis de Hitler, un país de fantasía, ese imaginario imperio catalán, amo y señor del Mediterráneo hasta que los Reyes Católicos y sus absolutistas sucesores les impusieron el yugo. Mentiras que, sin embargo, repetidas en las escuelas por profesores integrantes de la secta nacionalista, y desde los púlpitos por fanáticos curitas, han ido implementando una peligrosa conciencia social que ahora se traduce en esos ilegales y bolivarianos comités de defensa de la república, en cortes de carreteras y amenazas a los jueces, en odio y furia. Sigue sin haber, entre el ejército de sectarios, intelectuales o catalanes de referencia internacional. Sigue sin haber, en esa esquerra loca, un liderazgo respetable, una ideología de izquierdas reconocible, un proyecto social y político asumible por una mayoría alejada de semejante neurosis.

Libre de su enfermedad.